martes, octubre 09, 2007
50 años de crítica
Colección Popular FCE, 2004
Primera edición, 1989
Segunda edición, 1991
Fernando Jordán, in memoriam
Barcelona, 1970
jueves, octubre 04, 2007
La mente del escritor
La inspiración es el fruto
más delicado de la memoria.
—Sergio Pitol
Bruno Estañol ha dicho que la del escritor es una mente especializada. En su conferencia del 13 de septiembre en Brigham Young University, en Provo, Utah, el novelista neurólogo volvió a plantearse un problema que le apasiona desde hace tiempo: el de la creatividad humana. ¿Hay gente que no tiene imaginación? ¿A todas las personas se les da la misma capacidad de inventiva? Parece que no. Entonces ¿cuál es el misterio de la creación artística? En principio, dice Estañol, hay una diferencia entre los escritores de ficción y oros seres humanos y probablemente sea el grado de especialización en los escritores.
El problema no es la parte formal como en la música o el ajedrez, sino la imaginación. El trabajo del escritor consiste en hacer conexiones de una manera en que no lo había hecho nadie antes.
¿Por qué Chéjov ve una historia donde no la ven los otros?
Como el matemático, el pianista, la bailarina de ballet, el beisbolista, el jugador de ajedrez, el escritor tiene un cerebro especializado y debe empezar a entrenarse desde muy niño. Al cabo de los años, y luego de una prolongada, sostenida, ininterrumpida, dedicación diaria a su oficio, habrá de crear y resolver sus problemas creativos casi de manera indeliberada, desde un pensamiento lateral. Como si encomendara a la imaginación automática la resolución de las incógnitas. Esta especialización la adquiere través de varios años de arduo trabajo con la ayuda de ciertas cualidades innatas. Porque existe la creencia de que el cerebro especializado es el que tiene mayores posibilidades de ser creativo en un solo campo.
“El escritor de ficción vive para contar sus historias y cuenta sus historias para vivir.”
Bruno Estañol (nacido en Frontera, Tabasco, en 1945, y autor también de El féretro de cristal, La barca de oro, La vocación condenada, Passiflora incarnata) se refiere a un tipo de agilidad mental que se especializa con el tiempo y la práctica. Un viejo piloto de aviación tiene sus mañas. También un carpintero.
Borges es quizá el mejor ejemplo del escritor de ficción con un cerebro especializado. Tuvo la motivación extrínseca, es decir, la aprobación del padre, quien siempre lo apoyó. El cerebro de un escritor de ficción es comparable al cerebro de un virtuoso en la música. Y es virtuoso sobre todo en el aspecto más misterioso que es la invención, el descubrimiento o la recreación de las historias.
El narrador ha de tener asimismo una memoria selectiva. Al igual que los músicos y los ajedrecistas, su memoria está probablemente confinada a su oficio y es una memoria contextual y en patrones que le permite guardar información en grandes pedazos.
Tiene un gran acervo de palabras: frases que le han conmovido, palabras que han sido claves, giros sintácticos y prosódicos, capacidad para retener el habla popular, palabras en idiomas extranjeros, nombres de personas, países, ciudades y toda la minucia que se requiere para armar una narración.
La adquisición del oficio de narrador toma muchos años y no es de extrañar que lo narradores sean mucho más tardíos que los poetas. Cervantes escribió el Quijote a los 58 años.
Por otro lado, la memoria del narrador está saturada de historias: anécdotas que oyó desde niño en su familia y entre sus amigos, historias que ha modificado, cuentos que ha leído, historias dentro de otras historias, patrones para iniciar un cuento o terminar un relato, cuentos del doble, cuentos policiacos, patrones de sorpresa.
Algunos descubren historias en situaciones en que la mayoría de las personas no ven nada de interés. El descubrimiento de una historia en una situación aparentemente anodina es una característica del cerebro del narrador. James Joyce llamó epifanía a este descubrimiento de una historia: una revelación de Dios al hombre que es algo que han sentido todos los escritores y ésa es precisamente la famosa tesis de la musa.
Tal vez influya en el descubrimiento de la historia el estar pensando todo el tiempo en ella. En la escritura de la historia interviene mucho el oficio y la inteligencia, pero no así en la elección y la invención de la historia. La célebre anécdota de Marcel Proust y la galleta remojada en el té revela que la elección de la historia es un fenómeno inconsciente y a esa evocación Proust la llamó “memoria involuntaria” y hay quienes piensan que es la base de la ficción. El elemento fortuito aparece tanto en la ciencia como en la literatura.
Los cuentos de Kafka tienen aparentemente la estructura de los sueños. Sin duda el elemento inconsciente es crucial para la génesis de las obras científicas o literarias. El escritor de ficción tiene acceso a ciertas áreas secretas de su mente y este recóndito trabajo del inconsciente constituye una de las grandes fuentes de la creatividad.
Y es que en todo ser humano confluyen tres dotaciones: la genética, la personal y la cultural, que casi siempre se entreveran. Desde muy pequeños, la mayor parte de la los creadores muestran una notable independencia de espíritu que los lleva a disentir de los profesores y a cuestionar la realidad. En forma temprana también descubren temas y áreas que son una terra incognita y reconocen que hay muchas cosas que no se saben. Tienen otra virtud: les gusta estar solos. Este aliento solitario, esta capacidad de darse cuenta de sí mismos, es propia de los seres creadores.