jueves, febrero 17, 2011
Un ciudadano por encima de toda sospecha
En Roma, agosto de 1969, en piazza Ungheria, en el barrio del Parioli, Giancarlo Zagni me cuenta que se le ha ocurrido una idea para una película a partir de las secretas actividades de un jefe policiaco que organizaba delitos para luego ser él mismo el que corriera con la gloria de resolverlos. Esa misma tarde se la propone a Alfredo Bini, productor de varias cintas de Pasolini, y dan con un título tentativo: In questura il questóre non c’e, ¿dove è?, dal magistrato. Algo así como “En la procuraduría no está el procurador. ¿Dónde está? En la cárcel.”
El questore es algo más que un jefe policiaco y el magistrado sería un puesto semejante al de un juez instructor.
Se ha dicho que Italia es la cuna del derecho. “Sí, pero también es su tumba”, decía Leonardo Sciascia. Y algo de nuestro modo de ser político nos conecta con la civilización matriz del derecho romano. En estos momentos la clase política italiana no está menos degradada que la francesa y a las dos se parece —por su medianía, por su falta de imaginación, por su impotencia para entender qué es el Estado— la clase política mexicana de la actual generación.
Se ha visto por el affaire Cassez.
En 1970 se estrenó México la película de Elio Petri que no era la idea de Giancarlo Zagni ni de Bini y en ella actuaba el polifacético Gian Maria Volonté:
Indagine su un cittadino al di sopra de ogni sospetto.
Se trata de un policía a quien le encanta fraguar delitos (incendios, homicidios, violaciones) para después ser él el que se adorna con la investigación exitosa.
—Pues si quieren nos damos otro tirito en el cerro de las Campanas —decía alguien en uno de los mentideros de la colonia Condesa, el café Mamma Roma— a propósito de la incomprensible metida de pata de Nicolás Sarkosi, que ha hecho exactamente todo lo posible —ignorando cómo somos los mexicanos— para hundir a su paisana.
Todo este desencuentro diplomático se ha debido a que tienen razón los franceses cuando dicen que el sistema judicial mexicano es un desastre. Todos lo sabemos ad nauseam y ni siquiera es necesario ver Presunto culpable o El infierno para lamentarlo impotentemente. En algunas regiones del país los agentes judiciales y los del Ministerio Público tienen hasta tarifas: un homicidio tanto, unas lesiones tanto, una violación tanto. Tampoco es infrecuente la tortura. Y son raros los jueces que no se dejan querer.
El abogado de Florence Cassez explicó muy bien a Carlos Puig en sus 15 minutos (Milenio TV) que en la sentencia final (no sé si inapelable) el juez no tomó en cuenta las primeras, espontáneas declaraciones de las víctimas del secuestro sino las posteriores que le convenían para su tesis de culpabilidad. Y que alguno de los declarantes dijo que vio a la sentenciada cuando ese día ella estaba en Francia.
El equívoco judicial viene sobre todo del montaje que organizaron Genaro García Luna y Televisa sobre la detención de la acusada. De ahí se agarran los abogados defensores para argumentar que el juicio está viciado de origen, un poco como cuando al evidente uxoricida O. J. Simpson lo dejan libre porque se le plantaron unas “pruebas”. Así es la “verdad jurídica” formal y, en dándose, puede avalar la más obscena de las injusticias.
El questore es algo más que un jefe policiaco y el magistrado sería un puesto semejante al de un juez instructor.
Se ha dicho que Italia es la cuna del derecho. “Sí, pero también es su tumba”, decía Leonardo Sciascia. Y algo de nuestro modo de ser político nos conecta con la civilización matriz del derecho romano. En estos momentos la clase política italiana no está menos degradada que la francesa y a las dos se parece —por su medianía, por su falta de imaginación, por su impotencia para entender qué es el Estado— la clase política mexicana de la actual generación.
Se ha visto por el affaire Cassez.
En 1970 se estrenó México la película de Elio Petri que no era la idea de Giancarlo Zagni ni de Bini y en ella actuaba el polifacético Gian Maria Volonté:
Indagine su un cittadino al di sopra de ogni sospetto.
Se trata de un policía a quien le encanta fraguar delitos (incendios, homicidios, violaciones) para después ser él el que se adorna con la investigación exitosa.
—Pues si quieren nos damos otro tirito en el cerro de las Campanas —decía alguien en uno de los mentideros de la colonia Condesa, el café Mamma Roma— a propósito de la incomprensible metida de pata de Nicolás Sarkosi, que ha hecho exactamente todo lo posible —ignorando cómo somos los mexicanos— para hundir a su paisana.
Todo este desencuentro diplomático se ha debido a que tienen razón los franceses cuando dicen que el sistema judicial mexicano es un desastre. Todos lo sabemos ad nauseam y ni siquiera es necesario ver Presunto culpable o El infierno para lamentarlo impotentemente. En algunas regiones del país los agentes judiciales y los del Ministerio Público tienen hasta tarifas: un homicidio tanto, unas lesiones tanto, una violación tanto. Tampoco es infrecuente la tortura. Y son raros los jueces que no se dejan querer.
El abogado de Florence Cassez explicó muy bien a Carlos Puig en sus 15 minutos (Milenio TV) que en la sentencia final (no sé si inapelable) el juez no tomó en cuenta las primeras, espontáneas declaraciones de las víctimas del secuestro sino las posteriores que le convenían para su tesis de culpabilidad. Y que alguno de los declarantes dijo que vio a la sentenciada cuando ese día ella estaba en Francia.
El equívoco judicial viene sobre todo del montaje que organizaron Genaro García Luna y Televisa sobre la detención de la acusada. De ahí se agarran los abogados defensores para argumentar que el juicio está viciado de origen, un poco como cuando al evidente uxoricida O. J. Simpson lo dejan libre porque se le plantaron unas “pruebas”. Así es la “verdad jurídica” formal y, en dándose, puede avalar la más obscena de las injusticias.
jueves, febrero 10, 2011
La rebelión de las masas
Uno trata, por curiosidad natural, de adivinar el comportamiento de las multitudes y se pregunta si uno mismo, como individuo, es distinto al individuo que se mueve en el contexto de la masa.
Algo cambia en el hombre cuando se pone una máscara. También se trasforma algo de nuestro ser más íntimo si nuestra individualidad se difumina en el conjunto de los seres que constituyen una colectividad. Siente uno que la responsabilidad se diluye, se pierde o se transfiere a los otros. De ahí la impensada decisión del linchamiento. Una multitud suele contener poco su ira cuando adivina que al matar a alguien a pedradas nadie señalará con el dedo a un solo individuo. Luego entonces la impunidad está servida.
De hecho no ha sido otra la preocupación de muchos escritores que desde el ensayo literario han tratado de discernir qué es ese animal (el hombre masa) de cientos de miles de cabezas que reacciona, grita, se queja, se enoja y ataca de manera instintiva si se presenta una injusticia. ¿Cómo es su sexualidad en masa? En cuanto se juntan tres o cuatro o cinco personas a discutir se está ya ante una situación política.
Lo intentó el español José Ortega y Gasset hacia 1927, 1939, en ese “libro profético” —según la expresión de Ramón Xirau— que es La rebelión de las masas y que ahora, en nuestros días, admite otra lectura: la que se da en los momentos de la insurrección de las masas en Túnez, Argelia, Yemen y el legendario Egipto. No se amilana el tirano, responde con “halcones”, policías vestidos de civil, amenazas escalofriantes, caballos y camellos, y cede en mínima parte. Sin embargo, dos días después la masa se reagrupa y aumenta su volumen. Otra vez contra el gobernante emperrado que no alcanza a entender ni el carácter ni el temperamento político del hombre masa. Ni siquiera el más experimentado estadista sabe por dónde va a saltar la liebre.
Cuando Ortega y Gasset reunió su “libro de artículos” en 1930 el fascismo italiano ya tenía por lo menos ocho años de sacudir a la sociedad italiana y de fatigar las calles de Roma, Nápoles. Venecia, Milán y otros centros urbanos como Palermo, Florencia y Turín. En La psicología de masas del fascismo Wilhelm Reich explica cómo fue posible engañar, desorientar y sumir a influencias psicóticas a las masas, a las que no hay por qué persuadir con argumentos o razones. Basta apachurrarles el botón de la emotividad, la culpa y el miedo. El caudillo manipula los lazos afectivos familiares e incorpora al mismo tiempo la figura del padre autoritario.
La rebelión de las masas no tiene ni una arruga. Ha librado el paso del tiempo y mucho nos dice —como se lo dijo a Herbert Marcuse cuyo “hombre unidimensional” fue inspirado por el “hombre masa” de Ortega— sobre el uso actual de la televisión, su capacidad de crear crispación o pánico entre las masas y de envenenar la democracia electoral.
La televisión presumiblemente gana elecciones, y así se le apuesta: el candidato de Televisa, Peña Nieto, ya se ha gastado más de una vez el presupuesto del Estado de México en aras de esa ilusión. ¿De dónde vendrá al resto de los cientos de millones de pesos que le paga —o le pagan otros—a Televisa? Sin embargo, Cuauhtémoc Cárdenas ganó las elecciones presidenciales de 1988 saboteado por una televisión que decidió su inexistencia. Y Andrés Manuel López Obrador ganó o perdió las de 2006 por un pelito a pesar de que tenía a la televisión en contra y la nada pasiva actividad política —soterrada— de Washington y el Vaticano, que nunca se quedan quietos.
Por lo demás, la enseñanza más penetrante sobre la masa como organismo vivo, su asociación con la manada o el rebaño, está en una obra maestra: Masa y poder, de Elías Canetti. En sus primeras sesenta páginas explora lo que podría ser la “masa de acoso” o la “doble masa”. Quienes pertenecen a la masa quedan despojados de sus diferencias y se sienten iguales (pero no lo son). Canetti hace una antropología del poder y, a fin de cuentas, lo reduce a una psicopatología.
El riesgo de un gobierno insensible es que no sabe descifrar los signos de la multitud enardecida y reacciona —cuando reacciona— demasiado tarde.
Cree que podrá domarla poniéndolo enfrente una “doble masa”.
Pero de lo que no cabe la menor duda es que en nuestra primera década del siglo las masas ya no son los que eran. Después de Internet, la telefonía celular, Face Book y Twitter, las masas ya no pueden ser las mismas. La manera de comunicarse y la velocidad para ponerse en contacto los individuos que la componen definen la animalidad masiva de nuestro tiempo.
Las redes sociales son una esperanza y un alivio para las masas democráticas. La censura ya no es posible. A nadie se le va a callar. Si la mayoría de los individuos ya no confía ni en el periodismo escrito de los periódicos ni en el periodismo oral de la televisión y la radio, siempre podrán contar con el recurso de las redes sociales. En menos de 24 horas se puede poner una manifestación de un millón de ciudadanos en las calles. Y no hay ejército que alcance para reprimirla. ¿Cómo hubiera sido la toma de la Bastilla en nuestra era? ¿Cómo la toma del palacio de Invierno en San Petersburgo en 1917?
En fin, para quienes sientan fascinación por el tema el Fondo de Cultura Económica acaba de reimprimir La era de las multitudes, un tratado histórico de la psicología de las masas, de Serge Moscovici, traducido del francés por Aurelio Garzón del Camino en 1985. Se pone a uno cavilar si en efecto la historia se mueve por individuos geniales, individuos (como le gustaba pensar a Carlyle), o por un conglomerado: una multitud de cientos de miles de cerebros juntos entre los palpita el instinto de la democracia.
http://horalelobo.blogspot.com/
Algo cambia en el hombre cuando se pone una máscara. También se trasforma algo de nuestro ser más íntimo si nuestra individualidad se difumina en el conjunto de los seres que constituyen una colectividad. Siente uno que la responsabilidad se diluye, se pierde o se transfiere a los otros. De ahí la impensada decisión del linchamiento. Una multitud suele contener poco su ira cuando adivina que al matar a alguien a pedradas nadie señalará con el dedo a un solo individuo. Luego entonces la impunidad está servida.
De hecho no ha sido otra la preocupación de muchos escritores que desde el ensayo literario han tratado de discernir qué es ese animal (el hombre masa) de cientos de miles de cabezas que reacciona, grita, se queja, se enoja y ataca de manera instintiva si se presenta una injusticia. ¿Cómo es su sexualidad en masa? En cuanto se juntan tres o cuatro o cinco personas a discutir se está ya ante una situación política.
Lo intentó el español José Ortega y Gasset hacia 1927, 1939, en ese “libro profético” —según la expresión de Ramón Xirau— que es La rebelión de las masas y que ahora, en nuestros días, admite otra lectura: la que se da en los momentos de la insurrección de las masas en Túnez, Argelia, Yemen y el legendario Egipto. No se amilana el tirano, responde con “halcones”, policías vestidos de civil, amenazas escalofriantes, caballos y camellos, y cede en mínima parte. Sin embargo, dos días después la masa se reagrupa y aumenta su volumen. Otra vez contra el gobernante emperrado que no alcanza a entender ni el carácter ni el temperamento político del hombre masa. Ni siquiera el más experimentado estadista sabe por dónde va a saltar la liebre.
Cuando Ortega y Gasset reunió su “libro de artículos” en 1930 el fascismo italiano ya tenía por lo menos ocho años de sacudir a la sociedad italiana y de fatigar las calles de Roma, Nápoles. Venecia, Milán y otros centros urbanos como Palermo, Florencia y Turín. En La psicología de masas del fascismo Wilhelm Reich explica cómo fue posible engañar, desorientar y sumir a influencias psicóticas a las masas, a las que no hay por qué persuadir con argumentos o razones. Basta apachurrarles el botón de la emotividad, la culpa y el miedo. El caudillo manipula los lazos afectivos familiares e incorpora al mismo tiempo la figura del padre autoritario.
La rebelión de las masas no tiene ni una arruga. Ha librado el paso del tiempo y mucho nos dice —como se lo dijo a Herbert Marcuse cuyo “hombre unidimensional” fue inspirado por el “hombre masa” de Ortega— sobre el uso actual de la televisión, su capacidad de crear crispación o pánico entre las masas y de envenenar la democracia electoral.
La televisión presumiblemente gana elecciones, y así se le apuesta: el candidato de Televisa, Peña Nieto, ya se ha gastado más de una vez el presupuesto del Estado de México en aras de esa ilusión. ¿De dónde vendrá al resto de los cientos de millones de pesos que le paga —o le pagan otros—a Televisa? Sin embargo, Cuauhtémoc Cárdenas ganó las elecciones presidenciales de 1988 saboteado por una televisión que decidió su inexistencia. Y Andrés Manuel López Obrador ganó o perdió las de 2006 por un pelito a pesar de que tenía a la televisión en contra y la nada pasiva actividad política —soterrada— de Washington y el Vaticano, que nunca se quedan quietos.
Por lo demás, la enseñanza más penetrante sobre la masa como organismo vivo, su asociación con la manada o el rebaño, está en una obra maestra: Masa y poder, de Elías Canetti. En sus primeras sesenta páginas explora lo que podría ser la “masa de acoso” o la “doble masa”. Quienes pertenecen a la masa quedan despojados de sus diferencias y se sienten iguales (pero no lo son). Canetti hace una antropología del poder y, a fin de cuentas, lo reduce a una psicopatología.
El riesgo de un gobierno insensible es que no sabe descifrar los signos de la multitud enardecida y reacciona —cuando reacciona— demasiado tarde.
Cree que podrá domarla poniéndolo enfrente una “doble masa”.
Pero de lo que no cabe la menor duda es que en nuestra primera década del siglo las masas ya no son los que eran. Después de Internet, la telefonía celular, Face Book y Twitter, las masas ya no pueden ser las mismas. La manera de comunicarse y la velocidad para ponerse en contacto los individuos que la componen definen la animalidad masiva de nuestro tiempo.
Las redes sociales son una esperanza y un alivio para las masas democráticas. La censura ya no es posible. A nadie se le va a callar. Si la mayoría de los individuos ya no confía ni en el periodismo escrito de los periódicos ni en el periodismo oral de la televisión y la radio, siempre podrán contar con el recurso de las redes sociales. En menos de 24 horas se puede poner una manifestación de un millón de ciudadanos en las calles. Y no hay ejército que alcance para reprimirla. ¿Cómo hubiera sido la toma de la Bastilla en nuestra era? ¿Cómo la toma del palacio de Invierno en San Petersburgo en 1917?
En fin, para quienes sientan fascinación por el tema el Fondo de Cultura Económica acaba de reimprimir La era de las multitudes, un tratado histórico de la psicología de las masas, de Serge Moscovici, traducido del francés por Aurelio Garzón del Camino en 1985. Se pone a uno cavilar si en efecto la historia se mueve por individuos geniales, individuos (como le gustaba pensar a Carlyle), o por un conglomerado: una multitud de cientos de miles de cerebros juntos entre los palpita el instinto de la democracia.
http://horalelobo.blogspot.com/