jueves, marzo 17, 2011

 

El engranaje

El problema de la justicia


—Pero no todos son inocentes. Digo,
los que caen en el engranaje.
—A como anda el engranaje, todos
podríamos ser inocentes.
—Pero entonces también podría decirse:
a como anda la inocencia, todos podríamos
caer en el engranaje.
Leonardo Sciascia, El contexto




Si algo ha dejado el diferendum con Francia por el affaire Casez es que se puso al menos de manifiesto lo mucho que nos avergüenza el desastre y la corrupción del sistema de justicia mexicano. Otra llamada de atención, una más, ha sido la exhibición del documental Presunto culpable, que se queda corto si se piensa en los muchos miles de inocentes que pierden y desperdician sus vidas en las cárceles mexicanas.
La pregunta es angustiosa: ¿Por qué antes y después de la Revolución, durante todo el siglo XX, no hemos podido resolver el problema de la justicia? La policía mexicana de nuestros días no ha sido mejor que la de los rurales que apuntalaban la dictadura de Porfirio Díaz, un cuerpo integrado por asaltantes y asesinos. No por nada Los bandidos de Río Frío, la gran novela de Manuel Payno, eran policías.
Lo que queda claro es que el sistema de la administración de la justicia en México —a cargo de hampones profesionales y litigantes delincuentes— no es el sistema de justicia de un país democrático.
Lo sabía y lo presentía Franz Kafka en “La colonia penitenciaria”: “El principio por el cual me rijo es: la culpa está siempre fuera de duda.”
¿De dónde surge la policía, cómo se forma y se sostiene, a quién sirve? ¿Es un monstruo autónomo, con dinámica y código propios, invencible? ¿Quién es la que verdaderamente tiene el poder en la calle?
La policía guarda el orden, blasón de todos los dictadores. A veces el orden “evoca el desorden más profundo: véase el caso del fascismo”, dice Sciascia. Y, leyéndolo, Rodolfo Peña acotaba: “Si el problema de la policía no se ha resuelto es porque jamás, en ninguna parte y en ninguna época, se ha hecho el más mínimo intento de resolverlo.”
A nuestro amigo chihuahuense, periodista y editor de La Jornada, le gustaba leer al siciliano. Decía Rodolfo Peña que en realidad la policía no es ningún problema: Para los poderes —que incluyen a la sociedad política, pero también a los dueños de la riqueza y a las iglesias— la policía es una necesidad, una garantía de preservación y reproducción como cualquier otro cuerpo coercitivo. El Ejército, por ejemplo.
El supuesto es que los poderes están siempre enfrentados a una masa degradada, poco fiable, cargada de culpas y de faltas, capaz de amotinarse en cualquier momento y de cometer las peores tropelías.
En el poder a nadie le importa lo que la policía haga con la masa anónima de la que sus miembros fueron arrancados un día para enfundarlos en un uniforme, diferenciarlos y ponerlos en estado de tensión continua, contra sus antiguos congéneres.
“Si la policía roba, extorsiona, golpe, tortura, secuestra y mata, no hace más que confirmar sus deformaciones y vicios de origen, y así está bien: lo que sí le está prohibido es aliarse con la masa, identificarse socialmente con ella, porque entonces perecería su razón de ser.”
No se trata de administrar justicia, sino de mantener a raya a la masa.

http://periodismoimpreso.blogspot.com/


lunes, marzo 14, 2011

 

Política y moral

por Eduardo Clavé

Conocí a Federico Campbell un fin de semana de 1976 en Valle de Bravo. Nos había invitado una amiga de mi novia. Hablamos, naturalmente, de literatura. Me recomendó la excelente novela de Doctorow, Ragtime, que leí de inmediato. Hablamos de los espías británicos Burgess, McLean, y desde luego de Kim Philby, un tema que hasta hoy nos quita el tiempo y del que Federico y yo hemos leído casi todo lo que se ha escrito.
Además de sus sugerencias literarias recuerdo muy bien su mirada curiosa de escritor, puesta de manera casi inquisitiva en mí y en mi novia; puedo jurar que nos veía como el ejemplo de los “niños bien” para una posible novela sociológica.
Unos días después de aquel fin de semana me dijo a solas, en una especie de pregunta-afirmación:
—Oye, tu novia es muy burguesa, ¿verdad?
Por supuesto me llamó la atención la frase porque en esa época en la UNAM, donde yo estudiaba periodismo, todos debíamos ser marxistas, y ser burgués era la antesala del Gulag universitario.
Federico dirigía por esos años con mucho éxito Mundo Médico, a la que había convertido en una revista de intereses muy variados y de gran calidad.
Me ofreció publicar ahí un artículo. Cuando se lo llevé Federico lo leyó de un tirón, y me dijo:
—Está bien. Sólo que la palabra “imagen” no lleva acento.
En realidad me gusta esa forma directa y a veces brusca de Federico de decir las cosas por su nombre. Pero poco a poco fui conociendo al Campbell que más me gusta: el hombre preocupado por la suerte de los demás, conmovido por el dolor ajeno y por la injusticia.
Nos vimos algunas veces después en su casa. Yo admiraba la cantidad y calidad de los libros que tenía. Desde entonces y hasta ahora recibí de Federico generosas recomendaciones sobre temas y títulos que yo nunca hubiera conocido. Además nos interesaban muchos asuntos en común: la historia, las novelas que tenían una clara referencia a la realidad política y, desde luego, Leonardo Sciascia, uno de sus autores favoritos y sobre el cual Federico escribió un libro indispensable. Para mí la política era una pasión y no un dolor, como lo es hoy. Pero ya para entonces a Campbell le dolía esa parte descarnada, esa parte inhumana e injusta que tiene el ejercicio del poder.
Aquel fin de semana en Valle de Bravo surgió en la conversación un tema que le preocupaba: el tratamiento que todavía en ese tiempo se aplicaba en México a los internados en hospitales siquiátricos: los electroshocks como terapia y la lobotomía como “solución final”. Su preocupación era sobre la parte humana del tema, no sólo su aspecto clínico, aunque de la parte médica y neurológica sabe y sabía ya un mundo. A mis irresponsables y soberbios 23 años esa preocupación y ese dolor no me tocaban. Pero es cierto que quedé impresionado no sólo por el tema sino por la verdad de la preocupación de Federico.
Me fui de México algunos años y al volver conocí a Arturo Cantú, amigo también de Campbell, y eso nos volvió a unir.
Arturo Cantú fue también una especie de guía en muchos sentidos. Su enorme timidez social era sólo superada por su cultura, adquirida de manera metódica y profunda. Cantú nos juntó a David Huerta, a Federico Campbell y a mí, hasta hacer un cuarteto que envidiarían los mosqueteros de Dumas.
Federico se fue a la revista Proceso. Yo al servicio público y luego al mundo editorial. Las novelas policiacas y los espías seguían quitándonos el tiempo. Pero la historia y la política permanecieron como asuntos fundamentales de nuestra preocupación.
Los últimos 30 años de México son, me parece, la historia del desarrollo del cinismo como elemento básico del poder. La impunidad no es más que un reflejo de ese cinismo creciente de los políticos mexicanos.
A mediados de la década de los 80, Grijalbo publicó una edición de las memorias del cacique potosino Gonzalo N. Santos, el Alazán Tostado. El libro tuvo un éxito rotundo sobre todo entre la clase política. Lo que más gustó de esas voluminosas memorias de un cacique corrupto y orgulloso de ser asesino, fue una frase de Santos que se volvió aforismo: "Moral es un árbol que da moras, o vale para una chingada".
A lo largo de los años siguientes, la frase corrió con una suerte demasiado sospechosa. Hasta que se convirtió en un axioma repetido por los políticos y tecnócratas como materia de fe. La política —pensaban ya entonces y ahora— no tiene que ver con la moral. Muchos periodistas y columnistas empezaron también a citar la frase y a hacer de ella su propio emblema. La moral en la política —suponen— es para los ingenuos, para quienes producen ternura, como me dijo una vez, presumiendo de su falta de moral, el Jefe Diego.
En todos estos años he visto caer vencidos ante lo que significa esa frase del Alazán Tostado, no sólo a políticos sino a jóvenes analistas y académicos que intuyen que su quehacer no tiene sentido porque nadie les hace caso y que la moral en el México actual, en efecto, vale para una chingada.
En todos estos años he encontrado muy pocas excepciones, entre ellas, y de manera notable, alguien a quien no ha podido vencer el cinismo nacional: nuestro periodista, pensador y novelista Federico Campbell, que cada mañana lee la prensa, consulta un libro, le habla a un amigo sobre el tema del día o piensa qué pensaría Sciascia de la corrupción, del asesinato impune, del robo al erario, de la prepotencia e irresponsabilidad del servidor público, de los partidos sin principios, de la ostentación de los nuevos ricos con los negocios del gobierno.
Después se encierra una tarde y escribe su artículo semanal para la columna Máscara Negra en la revista Milenio o escribe un ensayo sobre el poder que es de una inteligencia y de una profundidad inusitadas en nuestro país.
Me refiero al tipo de ensayos reunidos en un libro suyo que todos los que quieran entender algo de cómo opera el poder deberían leer y releer: hablo del título La invención del poder, publicado en 1994 y recientemente reeditado y enriquecido.
De ese libro recuerdo un texto titulado, en latín, De cadaverum crematione. Leo sólo el primer párrafo:

Los zorros nos gobiernan. Son muy astutos. Difícilmente podría uno imaginar de lo que son capaces de hacer para que no nos demos cuenta de un acontecimiento. Son muy listos. Son muy zorros.

El texto se refiere a la quema de los votos de la elección de 1988, el 26 de diciembre de 1991. La cremación del cuerpo del delito, pues. La desaparición, bajo el fuego, de las pruebas del triunfo de Cárdenas sobre Salinas de Gortari. Los zorros, los que los quemaron, son los mismos personajes que hoy hacen política en los tres partidos que padecemos: Carlos Salinas de Gortari en el PRI, Diego Fernández de Cevallos en el PAN y Manuel Camacho Solís en el PRD.
Y entonces Campbell y yo vamos juntos a desayunar o a comer y después de un rato de platicar de la actualidad, es decir del árbol que da moras, casi de manera invariable me dice:
—Oye, Clavé, ¿tú crees que sirve de algo lo que escribo? —y después de un silencio apesadumbrado, agrega: —Oye, Clavé, ¿te has fijado que en México puedes denunciar todo y no pasa nada? Yo he dicho cosas en mis artículos que son muy graves y no pasa nada —como esperando que yo le responda que en efecto no sirve nada de nada y que todo vale una chingada. Pero no se lo digo porque pienso, como él, y tal vez gracias a él, que no hay que cejar ni darse por vencido; porque si la literatura y el periodismo no sirven para mejorar la vida y prevenir calamidades, entonces no sirven para nada.
Pero al día siguiente Federico vuelve a leer los periódicos, mexicanos y extranjeros, vuelve a consultar un libro de historia y uno de medicina o de cualquier tema que no sea ajeno a lo humano, y luego se encierra en su estudio y escribe un artículo importante o un ensayo profundo sobre la memoria o sobre el poder o sobre su padre o sobre la grandeza y la bajeza de la política.
Y mientras escribe, Campbell sabe que los zorros nos gobiernan. Que son muy astutos. Que son muy listos. Que son muy zorros.
Y sin embargo vuelve a darnos una Máscara Negra como si tuviera 20 años y creyera, como Sartre, que las novelas y los artículos pueden realmente cambiar el mundo.
O nos regala una novela donde no se pregunta por la cosa política sino por las cosas más importantes para los hombres, como los padres, o las hermanas, o la memoria, o la melancolía o la tristeza y sus sinrazones.
Y cuando manda su artículo, o su ensayo, o su libro a la imprenta, Federico no sabe lo mucho que lo admiro ni sabe que él es mi vacuna contra el cinismo nacional.
Porque Campbell no se ha rendido al legado de Gonzalo N. Santos, como lo han hecho sin vergüenza casi todos, en todos los partidos.
Porque Campbell es parte de esa reserva moral que yo creo existe en este país y que todavía puede salvarnos.
Pero también lo quiero porque me dice sin rodeos que “imagen” se escribe sin acento. Y Campbell y Huerta y Cantú y yo creemos que la ortografía es una de las cosas más importantes en la vida.

viernes, marzo 11, 2011

 

Discurso con personajes

S t o r y t e l l i n g

Hay formas del relato que
están incrustadas en el
inconsciente colectivo.
—Fred Vargas

Uno de los aspectos más tiernos del ser humano, sobre todo cuando es niño y aún no asume la edad de la razón, es su deseo de que le cuenten historias. Paul Auster piensa que en todo niño hay un hambre de historias. Le pide a su padre o a su madre o a su hermano o a su hermana mayor que, ya sobre la almohada, antes de dormirse, le cuente un cuento. Y así se encomienda a los sueños, se suelta, se deja ir, encaminado por la imaginación narrativa.
Desde que Barack Obama apareció en las plazas públicas, los mítines de campaña y las convenciones de su partido, empezó a llamarme la atención que siempre, en sus discursos, cuenta una historia e introduce uno o más personajes, como haría cualquier cuentista profesional. Así lo hizo en Chicago cuando dio gracias a quienes votaron por él; les habló de una señora de Atlanta, de 106 años, que nunca había votado. Procedió de igual manera en su discurso de duelo en Tucson el 13 de enero, luego del atentado de un orate contra una senadora y otras personas. Volvió a referirse a personajes e historias en su último informe presidencial de State of the Union, y se me ocurrió entonces que en todo ser humano subyace una especie de inconsciente narrativo que lo predispone a recibir historias o narraciones porque de esa manera la ideas se vuelven más claras y son más fáciles de recordar.
Pensé entonces y lo sigo pensando que en Obama el hecho de incorporar personajes e historias en sus alocuciones es un gesto auténtico porque en su caso el que habla es un escritor (autor de Los sueños de mi padre y La audacia de la esperanza) y no un político al que le escriben sus libros. Pero de pronto me entero de que contar una historia y trazar personajes también es una manipulación política para vender una idea, seducir, y conseguir todos los votos que se puedan.
Es una técnica de “mercadotecnia” para apelar a los sentimientos más íntimos de la gente y venderle una lavadora o un seguro. O una tarjeta de crédito.
Es toda una técnica de moda, de esas que venden los “asesores” en elecciones como aquel que inventó lo del “peligro para México” y a quien el PAN bañó de oro en 2006. En la campaña a de Nicolás Sarkosí en 2007 sus colaboradores compraron la “técnica narrativa” de los norteamericanos y lo pusieron a contar historias por todo el hexágono francés. Y ganó.
Las campañas políticas electorales, que lo aprovechan todo como la máquina de hacer chorizo, han hecho del contar historias una nueva arma de distracción masiva. Se supone que contar un cuento es mucho más eficaz que la propaganda porque no aspira a modificar las convicciones de la gente sino hacerla partícipe de una historia apasionante.
Quien mejor se ha fijado en este fenómeno es Christian Salomon en su libro La máquina de fabricar historias y formatear las mentes. Lo que le inquieta es la utilización y el aprovechamiento malintencionados que desde el poder se hace de la candidez humana. La cuestión está en cómo el Estado utiliza el storytelling como instrumento de persuasión y dominio, dado que, como decía Paul Ricoeur, la identidad personal y la social están constituidas de forma narrativa.
El arte del relato, pues, se ha vuelto un instrumento de la mentira de Estado y del control de las opiniones.



 

Crónicas cerebrales

Que un pueblo de Sonora produzca un primera base de los Medias Rojas de Boston o un pitcher de los Dodgers no le llama la atención a nadie. También puede no sorprender que en el Sáric el el Sásabe sobresalga algún aventurero del mal o que una de las ciudades sonorenses haya sido la cuna de tres presidentes de la República. Pero reconocer que uno de sus pueblos haya dado un gran científico sí es como para llamarse a asombro y refrendar el orgullo regional.

Es el caso de Ures y de uno de sus hijos, Ranulfo Romo Trujillo, que el miércoles 9 de marzo leyó su conferencia de ingreso a El Colegio Nacional a la que puso por título “Crónicas cerebrales”.

El neurofisiólogo Ranulfo Romo nació el 28 de agosto de 1954 en Guadalupe de Ures, Sonora. Estudió la preparatoria en la Universidad de Sonora, en Hermosillo, y fue cuarto bat de los Cuervos, en la liga municipal.

Estudió medicina en la UNAM y obtuvo su doctorado en ciencias por la Universidad de París en 1985. Desde entonces —como lo hizo Arturo Rosenblueth al final de su vida— decidió hacer investigación en México y no en el extranjero. Desde 1989 es investigador titular del Instituto de Fisiología Celular de la UNAM, donde comenzó el montaje de un laboratorio de neurofisiología. También se formó en la Universidad de John Hopkins (Baltimore), en el Collège de France (París) y pertenece a sociedades científicas como la Mexicana de Ciencias Fisiológicas y The Society for Neuroscience. En 2010 fue considerado en Estocolmo como candidato al premio Nobel de medicina.

Hizo en su conferencia (a la que no asistieron los literatos del Colegio Carlos Fuentes, Ramón Xirau, Gabriel Zaid, Enrique Krauze, ni el rector de la UNAM, el doctor Narro) una crónica de su carrera como investigador en París, Baltimore, Friburgo, alrededor de la neurobiología de la percepción.

Su objeto de investigación, pues, ha sido el cerebro humano y especialmente los mecanismos cerebrales que determinan la percepción sensorial, campo en el que su equipo de investigadores en la UNAM es considerado uno de los primeros del mundo.

A partir del establecimiento de que el cerebro y el sistema nervioso de los primates se asemeja mucho a los de los humanos, Romo y sus colaboradores han trabajado con nuestros “primos hermanos”, los chimpancés.

En sus estudios sobre la memoria ha descubierto que los atributos físicos del estímulo sensorial son memorizados por las neuronas de la corteza prefrontal. Este hallazgo abre la posibilidad de investigar cómo el cerebro memoriza estímulos multidimensionales y a la búsqueda de una explicación más amplia del mecanismo cerebral de la memoria.

Hasta hace todavía pocos años, el cerebro se consideraba terra incognita. Sin embargo, lo que hemos sabido del cerebro en los últimos cincuenta años es mucho mayor de lo que se sabía siglos atrás. La neurofisiología avanza a un ritmo que no tuvo antes. Nuestra vista, nuestro tacto, nuestro oído, dependen del cerebro. También la toma de decisiones. No existiría el mundo sin la memoria. Sin embargo, mucha gente descubre lo importante del funcionamiento del cerebro cuando ya no oye bien, ni ve bien, ya no memoriza o ya no puede moverse. Sigue siendo, pues, el cerebro humano una de las más enigmáticas maravillas de la vida en la Tierra.

Nuestra percepción subjetiva del tiempo también ha merecido la atención del doctor Romo Trujillo. Siempre estamos hablando en pasado, dice. Mientras escuchamos lo que nos dicen transcurren milésimas de segundo para procesarlo y al contestar ya ha pasado el tiempo. El cerebro es nuestra identidad. Y lo que llamamos persona resulta una narración de nuestra memoria.



http://padrememoria.blogspot.com/


miércoles, marzo 02, 2011

 

Toda familia es comunista

Le communisme est un régime naturel que
nous avons tous connu, car c’est le
régime de la famille. Nul n’a rien en
propre, et chacun reçoit selon ses besoins.

—Alain, Propos sur les pouvoirs


El comunismo es un régimen natural
que todos hemos conocido, pues no es
otro que el régimen de la familia.
Nadie es dueño de nada y cada quien
recibe según sus necesidades.

Alain, Declaraciones sobre el poder


El escritor francés Emile Chartier, mejor conocido como Alain, vivió entre 1868 y 1951: 83 años. Escribía ensayos de tema político y los principales se han rescatado en un volumen que lleva por título: A propósito de los poderes. Elementos de ética política. Diserta sobre los orígenes del Estado, los ciudadanos frente al poder, la corrupción de los escritores y los diputados, el divorcio entre los partidos y la sociedad, la degradación del jefe de Estado, y muchos otros asuntos de interés permanente.
Los interesante de este autor y sus reflexiones es que las ideas vuelan; pasa el tiempo y de pronto prenden como una flor: se materializan, se vuelven proyecto y luego realización, van y vuelven a lo largo de la historia, sin importar los fracasos. Se esconden durante algún tiempo, luego retoñan, como el clavel del aire.
Y es que en no pocas cabezas, de diferentes culturas y países, empieza a sospecharse o a sentirse la corazonada de que a lo mejor el comunismo vuelve a entusiasmar a las nuevas generaciones. Porque se sabe que, de una generación a otra, los jóvenes tienden a olvidar o a no saber —porque nunca lo han sabido— lo que sucedió antes de que ellos vinieran a este mundo: los proyectos políticos fallidos, el intento socialista, por ejemplo, la esperanza política, la utopía.
A esos virtuales jóvenes (virtuales porque estamos hablando en términos teóricos y especulativos) no les arredra que el socialismo haya fracasado en Europa del Este. “Eso no era socialismo; era stalinismo”, podrían decir. Y si, a pesar de todo, han resurgido las nuevas juventudes fascistas y nazis, ¿por qué no podría ser que brotara de nuevo la ilusión comunista?
¿Se puede hablar de “ideas muertas” como quien habla de las hojas muertas? ¿O hay ideas que retoñan?
El filósofo Italiano Gianni Vattimo se plantea que si el orden mundial es injusto e inicuo, ¿cómo podría cambiarse? Pensado en la experiencia actual de la izquierda italiana, europea y mundial, Vattimo llega a la conclusión —no sin polémica— de que hay que regresar “a lo que se era… reconvertirse al comunismo”. Porque lo cierto es que no se ha resuelto el problema de la justicia social en la tierra y no parece que vaya a resolverse. Todo mundo habla, ahora, en México, de los pobres, cuando antes ni se les podía mencionar. El capitalismo no ha sido ni ha pretendido ser nunca una institución de asistencia pública caritativa.
“El comunismo real ha muerto. Viva el comunismo ideal”, agrega Vattimo.
Alain dice que a lo que más se parece un régimen comunista es al régimen de la familia. Vivimos en familia y hacia adentro lo tuyo es mío y lo mío es tuyo: “El comunismo es un régimen natural que todos hemos conocido, pues es el régimen de la familia. Nada es de nadie, y cada uno recibe según sus necesidades.”
La familia es el núcleo de la sociedad. Pero también es el núcleo de la locura.
Incluso la familia de Carlos Slim, hacia adentro, en su ámbito privado, es una célula comunista.

http:horalelobo.blogspot.com/




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