sábado, enero 29, 2011

 

El caso Moro

Para Archibaldo Burns,
en memoria


Me he puesto a leer de nuevo y en una nueva traducción de Juan Manuel Salmerón El caso Moro, de Leonardo Sciascia, que acaba de imprimir en México la editorial Tusquets de Beatriz de Moura. Es conmovedor cómo el paso del tiempo hace de un libro otro libro, una comprobación más de lo que decía Borges: que un libro es como el río de Heráclito. Nunca se baña uno dos veces en el caudal de la misma prosa.
A Sciascia este libro se lo encargó una editorial francesa todavía en 1978, año en el que Aldo Moro, presidente del Consejo Nacional de la Democracia Cristiana, fue secuestrado y asesinado en Roma —entre el 16 de marzo y el 13 de mayo— por un grupo de extrema izquierda, las Brigadas Rojas.
Los personajes del poder que sobresalen en esta historia y a quienes por omisión se debe la muerte de Moro, según la hipótesis de Sciascia, son Giulio Andreotti (primer ministro de Italia), Francesco Cossiga (ministro del Interior), el papa Paulo VI y Enrico Belinguer (secretario del Partido Comunista italiano). No lo dice explícitamente Sciascia, pero lo argumenta de manera implícita: los gobernantes del mismo partido de Moro, el de la Democracia Cristiana, el Papa y el jefe de los comunistas italianos, de manera pasiva dejan morir a Moro, dejan que lo ejecuten las Brigadas Rojas alegando que el Estado italiano no podía negociar con la delincuencia sin crear un precedente tan peligroso como inaceptable.
Eso no era cierto, dice Sciascia: en más de una ocasión el Estado italiano había negociado con terroristas árabes y, de manera permanente, con la mafia siciliana. De pronto a los políticos —a esos políticos— les da por invocar la pureza del Estado.
El problema —para el Vaticano, para Estados Unidos, para Europa, para los “demócratas cristianos” italianos— era el proyecto político que Moro se traía entre manos: el compromiso histórico.
¿En qué consistía?
Consistía en compartir el poder con la izquierda porque el Partido de la Democracia Cristiana llevaba décadas predominando en el Parlamento y la Presidencia de Italia, de tal manera que empezaba a perder eso que —intangible, pero real— se llama legitimidad. Un poco semejante a lo que sintieron Jesús Reyes Heroles y José López Portillo cuando, incómodos por la percepción de ilegitimidad por lo fraudes electorales del PRI, por la casi inexistente representación de otros partidos en el Congreso, inventaron a los llamados diputados plurinominales que ya no tienen, ahora, ninguna razón de ser.
La idea de Moro, pues, era que los dirigentes del Partido Comunista Italiano ocuparan varias carteras del gabinete, pero eso no podía gustarles ni al Vaticano ni a Washington, ni a los hampones de la política como el inefable Giulio Andreotti (a quien se le acusó después de tratar con la mafia). Por eso decidieron no hacer nada para que, no haciendo nada, los brigadistas le encajaran algunos balazos. Y por ahí está la sospecha de que tal vez en todo el desaguisado intervinieron los servicios secretos estadounidenses. Y en esta polla también estaban, como expone Sciascia en El caso Moro, el Papa Paulo VI y el secretario del Partido Comunista.
Hace treinta y tres años que el cadáver de Moro fue colocado simbólicamente en una callejón que se recorre entre el edificio de la Democracia Cristiana y el del Partido Comunista Italiano. Pero ése no es el único signo literario del drama. Están además las más de cincuenta cartas que Moro escribió y envió desde la “cárcel del pueblo”.
El hombre de letras, el escritor, el especialista en encontrar conexiones entre las palabras y las cosas, el novelista Leonardo Sciascia no construye un alegato judicial ni un examen criminológico. Redacta un ensayo literario y hace un análisis de contenido y de forma y explica cómo fue descifrando cada una de las frases de Moro.
Nunca le había simpatizado Moro a Sciascia. Más bien desconfiaba del político sureño (meridionale, de la Puglia) y católico. Pero reducido ya a la ansiedad del cautiverio le despertó una gran compasión, en el mejor sentido de la palabra, y se interesó en el caso sobre todo cuando Andreotti estableció que “Moro ya no es el mismo”. Allí es cuando entra Pirandello, pensó Sciascia: la identidad se le cambia el personaje que “ya es otro”.
La edición de Tusquets trae de pilón el informe de la Comisión de Minoría del Parlamento italiano sobre el caso Moro que redactó el diputado Leonardo Sciascia.



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Se puede ampliar el tema en La memoria de Sciascia cuyo autor es el mismo de esta hora, publicado por el Fondo de Cultura Económica en su Colección Popular número
249, en 2004. O bien en la red:
http://nanasciascia.blogspot.com/

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