domingo, diciembre 03, 2006

 

Transpeninsular


 

Tijuanenses, cuentos


 

Entrevistas de aprendizaje


 

Post scriptum triste


 

Máscara negra


 

La clave Morse


 

El cronista enmascarado


 

La máquina de escribir


 

Tijuanenses


 

El imperio del adiós


 

La máscara de las palabras

por José de la Colina

“Larvatus prodeo”: enmascarado avanzo: ésta podría ser la consigna de los autores que escriben panfletos o libelos de manera anónima o con nombre falso. Bruno, el protagonista de Pretexta, ha recibido de algún alto funcionario del Poder el encargo de confeccionar un libelo sobre Ocaranza, catedrático y periodista, crítico del Estado, hombre de oposición. Bruno es “un agente de la escritura secreta, un halcón de la literatura”: sabiendo que su lugar está “entre la abyección y el fracaso”, que toma voluntariamente parte en un drama en el que hay “una estrategia de la infamia, una política de la calumnia, una organización de la diatriba”, utiliza datos que acerca de Ocaranza le suministran las organizaciones policiacas, los servicios secretos y otras estructuras de espionaje (sin olvidar las no oficiales, como el mundillo del chisme, por ejemplo), para elaborar su libro, para escribir una ficción en torno a un personaje verdadero.
Fracasado en el mundo visible de la literatura, Bruno va a poner en esta labor sucia y sin renombre todas las armas literarias que posee. Su repugnante misión le fascina: escribir un “libro ajeno” (es decir, un libro impersonal que firmará un autor fantasma, un libro que usa materiales como actas de comisaría, informes de guaruras, fichas psicológicas tergiversadas, habladurías más o menos colectivas), le permite gustar una suerte de poder: el daño que ese libro cause será prueba de su fuerza, tanto más cierta por cuanto provenga de la sombra, del anonimato. Todo el talento que el escritor manifiesto pone en tener un estilo, Bruno, el escritor enmascarado, lo pondrá en no tener estilo, en no ser reconocido. El miedo aunado a esta ambición de golpear fuertemente siendo “nadie” lo lleva a explorar todas las posibilidades de la literatura para lograr unas virtudes en hueco. Los problemas que se le plantean como escritor residen no sólo en inventar un personaje a partir del verdadero Ocaranza sino en ocultar perfectamente el personaje que es él, Bruno, y en lograr así una creación que, por siniestra que moralmente sea, resulte autónoma y cabal.
Artista del ataque anónimo, según su modelo del histórico “Junius” que a finales del siglo XVIII sacudió a Inglaterra con sus virulentos panfletos, Bruno, como un Flaubert depravado, buscará a su modo “la palabra justa”; aquella que apuñale sin delatar a quien lo usa. Como los grandes creadores impersonales, que hacen sus obras más vivas que ellos mismos, Bruno quiere desaparecer tras su obra: “Despistaría a sus posibles perseguidores, a los exégetas, a las ratas de biblioteca que roerían el mamotreto con lupa en mano. Se moriría de risa al imaginarlos mientras trataban de dilucidar los probables devaneos de su estilo, su voz narrativa, sus proyectos personales”. Y aquí entra una de las astucias novelísticas, por lo demás basada en un buen esbozo psicológico, de Campbell: el primero de los posibles perseguidores, exégetas y raras de biblioteca es… el propio Bruno, que para no dejar pistas a posibles escudriñadores (“descodificadores”, en el lenguaje tecnoliteratócrata de hoy), se persigue y roe él mismo, buscando expulsar de su mamotreto todo devaneo estilístico, toda voz narrativa, toda proyección personal.
Como se ve, Campbell ha revitalizado ese emotivo que la literatura de los últimos años viene reiterando hasta el desgaste, o hasta la petrificación en un lugar común: la escritura acerca de la escritura. Y lo ha revitalizado llevándolo más allá de las fronteras de la aventura meramente estética e intelectual. El drama político que se juega en este drama de una escritura, el de un país oprimido y corrupto, en el que los medios de información juegan el juego del Poder al son que el Poder toca, en el que si se deja decir muchas cosas es porque decirlas no cambia nada, en el que no sólo “delito es lo que la ley dice que es delito” sino además lo que la ley hace aparecer como delito, en el que “si desaparecen quince periodistas no sucede nada”, ese drama político es el terreno en el que puede medrar Bruno con su propio drama. Bruno con su mascara de palabras, con su palabra de máscaras. Y lo que además de un lúcido y desengañado texto crítico sobre la realidad del país, hace de Pretexta una novela viva y brillante, es precisamente la rigurosa narración de es agonía interior, la del imaginado pero muy posible pergeñador del libelo.
Campbell ha logrado un personaje que, si al comienzo parecía encaminado a perderse en la abstracción del arquetipo o en la inútil enormidad de la caricatura, finalmente se revela rico, ambiguo, denso en su ambición y en su miedo: ejecutando su tarea infame, Bruno se desvela por “proceder con la humildad del criado, con la dignidad del artista”; encuentra orgullo en ser un nadie con algún poder: “El mas alto honor consistía en la destrucción de su identidad”. “Su identidad era no tener identidad. Él era él y las cosas, el objeto pasivo de la historia, el redactor fantasma: el cronista enmascarado”. Llega al propósito de incluir en su libelo “el proceso de degradación elegida al que se entregaba un redactor seducido por la encantadora maldad del anonimato”. Es decir, aunque le angustia la posibilidad de ser descubierto un día, de ser desenmascarado mediante el análisis sintáctico, verbal, estilístico, no puede menos que ceder a la tentación de incluirse él en la historia que arma, como un Valázquez dentro de su propio cuadro, ni tampoco puede dejar de fundirse de algún modo con su presa a la vez admirada y odiada, ese profesor Ocaranaza al que, para reinventarlo, lo conforma con datos de su propia vida. Un cuento de Borges narra cómo la pugna entre dos teólogos se resuelve, en el Juicio Final, con la fusión de los dos en uno. Bruno, y esto lo eleva a una categoría de personaje trágico, se instituye él mismo su Juicio Final. Aunque el verdadero Ocaranza sea destruido Bruno habrá conseguido, mediante el fantasma de Ocaranza que rige en su mamotreto, hermanarse con él. Hermanarse sólo con un fantasma, y en el vientre promiscuo de la abyección, claro está; pero hermanarse mediante la imaginación, aunque sólo se trate de su miserable imaginación.
Aportar la literatura novelística mexicana tal personaje y tal drama, situarlos en un contexto apenas metafórico (en el cual el documento yace bajo la metáfora con una palpitación de cosa verdadera y actual), narrarlos con una serenidad que no es indiferencia: esto es lo que Campbell logra en una novela que, a mi juicio, está entre las mejores y las más perturbadoras de las publicadas en, por lo menos, estos últimos diez años.


Federico Campbell, Pretexta, Letras Mexicanas, Fondo de Cultura Económica, México, 1979. 132 pp.

18 de noviembre de 1979

 

Herrero como sus tíos

por Álvaro Cepeda Neri

I. Federico Campbell es sobre todo, un escritor, porque esto es lo que, precisamente, ha estado siendo y muy seguramente desde que tomó conciencia de lo que quería hacer con su vida. A ese propósito –a ese destino—, se ha dedicado, silenciosamente y en solitario: leyendo y escribiendo, escribiendo y leyendo, para darse una formación literaria. Puede y debe decirse, usando la sobada frase, de que su “amor platónico” es escribir; aunque mejor sería decir que su ideal-práctico es la creación, por la palabra escrita, de sus sueños y ensueños de amor por las letras que, en su conexión son el lenguaje, con el que escribe lo que piensa.
II. Campbell es un obrero de la palabra. Un herrero, que en la fragua de sus fantasías y realidades, donde arden sus sentimientos, va sacando aquellas y estas para, con la férrea voluntad por hacerse escritor, ir forjando su prosa…”No es importante tener o no algo que escribir. Lo esencial es desear escribirlo. Tener ganas de decirlo. No basta el oficio. Ni la destreza. Ni la abundancia de ideas originales. Lo único que cuenta es el deseo” (Federico Campbell: Post scriptum triste. Ediciones de literatura/UNAM.-1994). Este escritor bajacaliforniano-sonorense, por raíces de nacencia, con su centro de gravedad tijuanense, se avecindó en la ciudad de México, la capital-ombligo del país, para hacer de su pasado y su presente la escolta de su angustioso deseo por escribir.
III. Federico Campbell, el escritor, se ha hecho en la lectura de los clásicos, nacionales y universales, hasta encontrar su paradigma en la singularidad de Leonardo Sciascia a quien pone de relieve biográfico a través del hilo conductor de su encuentro, provocado y buscado, con el gran novelista-maquiavelista que más ha escudriñado los abusos del poder, las chapuzas judiciales, la criminalidad gubernamental y que es un Sciascia “escritor incisivo, penetrante, rápido, armado de una acometividad implacable”. Y escribe Campbell sus ensayos-novela: La Memoria de Sciascia (Fondo de Cultura Económica.-1989). ¡Cuánta admiración amorosa la de Federico por Leonardo! A la mejor es la más valiosa amistad de Campbell, por ese novelista: “Suave, los ojos profundamente tristes y negros, la mano sobre el bordón, tierno y educado”.
IV. Un escritor tiene dos biografías. La de su vida común y corriente. La que tenemos todos. La de la ene a la eme: del nacimiento a la muerte. Un maestro: Guillermo Héctor Rodríguez, en sus verdaderas cátedras, decía… ”No hablaremos del hijo de los esposos Kant, sino del pensador Immanuel Kant”. En los diccionarios de Humberto Musacchio se encuentra, con sus datos personales en apretada síntesis, un listado de la biografía del escritor Federico Campbell. Es de éste a quien se refiere esta nota, reseña en cuanto “comentario breve e informativo, una narración muy suscinta, que da cuenta de un acontecimiento cultural”. Al margen de los excesos protagónicos, Campbell ha ido construyendo su literatura para convidarnos de sus reflexiones, asida a la divisa aquella de que “la realidad es más pródiga que la más febril fantasía”.
V. Y con ese punto de vista es que el escritor, que empezó siendo periodista y no ha dejado de serlo, aunque centralmente su oficio es ya de escribidor de ensayos, novelas y su columna: “Máscara negra”, continúa su vida alejada de los reflectores, pensando y repensando sus problemas literarios en la búsqueda constante de las soluciones que plantea en sus escritos. Apasionado del mundo rural-urbano de la geografía norteña que enmarcó su niñez-adolescencia, con idas y venidas a ellas para retornar a la capital del país, para retornar a las fuentes de su inspiración, de sus motivos, de sus argumentos, también ha incursionado a otros lugares y nada lo impactó tanto como su visita a la Italia de Sciascia (como otros dirían a la Italia de Dante, etc.).
VI. De entre mis libros, tengo de Federico Campbell: “De cuerpo entero”, primera edición de la UNAM y otra de Ediciones Corunda. Sus tres cuentos –pecados de juventud— bajo el nombre de uno de ellos: “Territorios sentimentales”, publicado por Cuadernos Maninalco. Sus ya citados La memoria de Sciascia, “Post scriptum triste”, un diario-memorioso. Su novela: Pretexta, que circula bajo el sello del FCE, en la colección Letras Mexicanas. Sus entrevistas a 26 escritores y que se hicieron “en Madrid y Barcelona” y que fueron transcripciones de conversaciones precedidas con una biografía (debidas a César Malet) del entrevistado y su nota biográfica-bibliografía. Ha sido un libro a la manera del preguntar peculiar de Campbell y las originalidades para contestar de cada poeta, cada ensayista, cada novelista.
VII. Y tengo las dos ediciones de su texto: “Periodismo escrito”. El publicado por editorial Ariel y el reciente de Alfaguara. Son dos libros. A lo mejor una clonación a la Campbell, porque en el casi siendo iguales están las diferencias. En ellos tenemos las reflexiones del periodista Federico Campbell, pero ya con la carga del escritor de cuentos, novela, ensayos, entrevista y la experiencia del reportero, del corresponsal, editor. Todo esto lo ha utilizado para escribir y reescribir, con un lapso de seis años de por medio, ambos textos para los estudiantes de periodismo y para los periodistas. La edición de Alfaguara tiene 35 capítulos. La de Ariel 23. Ambos constituyen vasos comunicantes.
VIII. Tengo algunos recortes de entrevistas a Campbell sobre su trabajo de escritor. La de Judith Moreno, donde habla el tijuanense-navojoense-defeño de su libro: “Transpeninsular”, donde a la pregunta provocadora, Campbell responden con la frase de Joseph Conrad: “He sido periodista, no lo volveré a ser nunca”. La brevísima nota de Salvador Espejo Solís: “El espejo ambiguo de Federico Campbell”. De Oscar Enrique Ornales, la crónica-entrevista titulada: “Campbell y las mentiras literarias”. La nota de Antonio Bertrán que lleva la cabeza de: “Reviven a un héroe de Baja California” y que trata del asunto sobre la novela donde Campbell explora el trayecto hacia la muerte en la vida del periodista Fernando Jordán. Y la entrevista de Cynthia Palacios Goya, que versa sobre la columna periodística de Campbell que, bajo el título general de “Máscara Negra” se ha publicado en diarios y revistas. Algunas de ellas dieron origen al libro: “La invención del poder”, con el sello de editorial Aguilar.
IX. Tijuana, Magdalena, Navojoa son un tríptico que martillea la memoria de Campbell. No ha dejado de ir a esos lugares materialmente, como se regresa al lugar de nuestros primeros crímenes, pero sobre todo con su imaginación, sus recuerdos, sus nostalgias…en busca, pues (¡oh, Proust!) del tiempo perdido, pero recobrado. A Campbell le fascina conversar, pero se distrae y se va en pos de una idea, para luego regresar como de una breve ausencia. Se pone su gorra sobre su calvicie siempre prematura. Le gusta estar en su guarida de escritor. Y si lo que escribe un escritor es, en gran medida autobiográfico, habría que leer “Pretexta” para ir alma adentro (en lugar de decir: mar adentro) de Federico Campbell.
X. Tiene Campbell otro libro autobiográfico: La clave Morse, que a mí me parece la búsqueda de unos ayeres detenidos a partir de una fotografía. “Y en efecto, cuando aún no cumplo los 50, el azar deposita en mi panteón personal una fotografía que me regala mi prima Dora y que nunca vi entre los archivos de mi casa: en ella comparece mi padre antes de cumplir 25 años, hacia 1933, en una de las tabernas de Tijuana, vestido de cowboy. Su rostro de Tom Mix me contempla desde el lado derecho de la fotografía y yo me asomo a su mirada de 1933 y pienso que, entonces, todavía no nazco, aún no soy yo, pero de algún modo extraño ya he empezado a ser y a estar en el mundo…Ni él ni yo volveremos a ser jóvenes”. Pero, finalmente, solamente quiero, con este Ex Libris, recomendar la lectura del libro: Periodismo escrito.


 

Escritura ante el espejo

por Juan José Reyes




Federico Campbell: Post scriptum
triste.
UNAM-Ediciones del Equilibrista.
México, 1994.

[Se terminó de imprimir en
los talleres de Data Reproductions
Corporation, Rochester Hills, Michigan,
el 10 de septiembre de 1994.]



En el principio está la vocación, aquella llamada interior que marca el camino por donde habrás de andar, o por donde deberías hacerlo. La vocación como gesto más o menos definitivo en este vasto teatro de la memoria: reconocimiento, primero, de un destino que ha de ser cumplido si no se quiere llegar a la autotraición. Ha sucedido en el caso de Federico Campbell, narrador, ensayista, cronista apasionado, afanosamente afortunado en su íntimo ajuste de cuentas: cumple con su propio llamado con limpieza y con pasión. Después está el tono, l acento personal, la abierta circunscripción de un mundo.
Federico Campbell ha estado desde el comienzo en búsqueda de la verdad, muy especialmente, dada la índole de sus textos, y dado su tono escritural. Tal búsqueda ocurre natural, plenamente: es la de un escritor que asume su papel de creador a partir de su situación distinta a la del omnisciente. En los textos de Federico Campbell intencionalmente la luz parece ser dispuesta en un medio tono, o mejor dicho en una intensa penumbra. Esta escritura discurre en campo minado y también catapultado por las dudas que emergen frente a la verdad, frente al poder. (Decir la palabra verdad significa casi decir el concepto poder.) Tan naturalmente ligado a la propiedad, el poder presume —en un sentido literal— su dominio de la verdad, de lo único válidamente suscribible. La verdad es de pocos, precisamente en la medida en que los que se ostentan como propietarios de ella rechazan las ventanas, las vías del diálogo. Federico Campbell ha visto esto terriblemente bien, como (tan buen) lector de Leonardo Sciascia que es: el discurso de la escritura no tiene más asideros definitivos que los de la imaginación noble, verdaderamente inventora, es decir una imaginación que llega a sitios vedados, nublados por las sombras del poder.
Me interesa mucho este Post scriptum triste de Federico Campbell. Me interesa esta puesta en escena de los caminos interiores de la imaginación de un autor tan dado a registrar lo que para mal o para bien sucede en el mundo exterior. Me gusta —ya entrado en el asunto— que Federico Campbell construya un diario intelectual con entera fidelidad a las filias, las obsesiones que han iluminado su intensa y concentrada obra.
Al diario, es lo cierto, le falta algo así como pudieran ser las páginas secretas. No es que yo sienta insincero al autor. En algún momento, todo lo contrario; pero si falta la explicitación de sus incursiones y excursiones reporteriles y narrativas, en el sentido íntimo (al respecto debo decir que no conozco una reciente autobiografía que publicó el autor en la UNAM). Es un diario intelectual, uno de esos conjuntos que uno lee con gusto sin falta, a condición de que su autor sea, de veras, una persona inteligente. Federico Campbell lo es; también es malicioso, también —hay que subrayarlo— no busca nunca disimular sus puntos de partida. Leo el libro de Federico Campbell con el gusto de un amigo que confirma valores comúnmente disfrutables. Con alegría y turbación, como creo que fue escrito por su autor.
Me encuentro con un escritor que no está dispuesto a ocultar sus sentimientos intensos. Como todo ensayista de real fuste, los arropa, los alimenta. Hay la expresión ciertamente triste en el título de la obra: Jane y Paul Bowles, Hammett, Juan Rulfo dan cuenta de un terrible hecho: el de la escritura imposible. Josefina Vicens, una buena escritora de obra intensa y corta, llevó, como recuerda Federico Campbell, el asunto a un extremo: el escritor que escribe acerca de un personaje que puede y no puede escribir. (En El libro el tan felizmente prolífico Juan García Ponce trata el asunto; en Casi en silencio Aline Peterson se refiere también al conflicto finalmente frustrante del ansia de la creación.)
En primer término habrá que entender este libro de Federico Campbell como una declaración de fe por el acto mismo de escribir. Lo que interesa más, lo que literalmente llama la atención, es que el autor sitúa el problema justamente en el corazón de la escritura. Ante los casos de parálisis escritural —para hablar así—, Federico Campbell apunta en su diario sin fechas: “Lo cierto es que hay una melancolía que sobreviene al acto de escribir (post scriptum triste) o, mejor, que se da después de terminar una obra, como si se sufriera un desprendimiento o se experimentara una pérdida (sería el caso de la depresión post partum). Tal vez eso explique el carácter erótico que, como piensa Bruno Estañol, toda escritura comporta, porque el escritor deposita su libido en las palabras… y la extraña tristeza que se suscita después de la eyaculación y el orgasmo en las parejas de jóvenes muy enamorados no sería sino una metáfora —o una previión— del amor desvanecido. Post coitum omne animal triste.”
Hay tres ejes en este diario acronológico e intelectual de Federico Campbell. Tres ejes que se tocan, y que por esta tangencialidad alteran, complican sus propias naturalezas. Está la verdad, aspiración presuntamente común a todo el género humano, efectivo expediente hacia la felicidad no sólo terrena sino, lo más importante acaso, eterna. Al leer al inteligente Federico Campbell recuerdo, con una sonrisa, mis lecturas juveniles de Bertrand Russell, aquel viejo que siempre fue joven, o al revés; aquel hombre que pasó por el tiempo, negando la operación contraria. Decía el joven de siempre que fue Russell, recordando —para refutarlo— a Lord Byron: el conocimiento lleva a la desdicha. La verdad no os lleva a la libertad sino a la satisfacción, nos esclaviza a nuestras frustraciones indudables. Russell, en un libro de título redondo: La conquista de la felicidad descreyó de las ofertas de la fe y quiso atenerse sólo a las precarias verdades de la inteligencia y el instinto de los seres humanos. En primera instancia Federico Campbell estaría con Byron, y no con Russell; por ejemplo, cuando escribe: “La verdad nunca ha sido útil para nadie; es un símbolo que sólo los matemáticos y los filósofos deben perseguir. En las relaciones humanas, la ternura y la mentira velan más que mil verdades.” La verdad no nos hará libres, ni felices, quiere decir Campbell. En el fondo, que es lo que importa, está de acuerdo con el matemático y filósofo Bertrand Russell: la verdad es un símbolo, pero no sólo científico sino de uso corriente. Por eso Bertrand Russell puede creer en la felicidad, por eso Federico Campbell puede creer e la escritura.
No cree Campbell en la escritura como en un ejercicio exorcista. Leo en estas líneas el reconocimiento de un destino —de nuevo: de una vocación— cuyo propósito mayor es precisamente la crítica de la verdad. Federico Campbell descree, en primer término, de las verdades establecidas de los mitos corrientes tras los que se afianzan seguridades tan fuertes como oprobiosas y ridículas. Se trata de las verdades del poder, tentación perpetua de las sociedades y de las personas humanas. Hay una nobleza en la lucha en contra del poder. La lucha buena, la que da la cara de quienes la emprenden. La lucha en contra del poder que no busca el poder. En una sola línea el autor expresa la índole de su propia tarea: Desconfía de los escritores que se hacen propaganda.” Podemos decir más, con facilidad: habrá que desconfiar de los escritores que se hacen propaganda. Los escritores, los legítimamente legibles, naturalmente desconfían de la verdad de la que los poderosos han hecho monopolio.
En el caso de Federico Campbell el poder se ha vuelto una obsesión. Desmontar las falacias del poder es reincorporar al mundo de todos los días, al mundo de la comunidad, el poder de la verdad genuina, la que es múltiple, la que siempre, por naturaleza, está a prueba. La crítica a la verdad (secuestrada) del poder está naturalmente en el poder de la ficción, y también en el de la reflexión.
La verdad que traza (éste será un buen verbo para hablar de lo que un escritor hace con sus ideas, creo) Federico Campbell consiste sobre todo en una apertura. Se funda en una crítica, que llega acaso a excesos. No es verdad que México siga siendo un país sin ley, como había dicho Graham Greene. Es totalmente cierto que la ley se rompe literalmente desde el poder que representa la policía —muchas veces—, como apunta Campbell. En México la ley es insuficientemente cumplida, es transgredida por varios burócratas. Pero no ha sido rota o abolida, como prueba el hecho solo de que todo mundo puede decir lo que quiere sin mayores temores 8 se trata de un solo ejemplo). Es cierto que la transgresión a la ley es un hecho central del ejercicio del poder, qu y en China., por ejemplo y literalmente. Hay un exceso, que literalmente podría tener consecuencias valiosas desde luego, en una visión que se resume de este modo: “En fin, siempre me he sentido una especie de voyeur del poder. Es algo que me gusta odiar. El poder es tan contemplable como la estupidez. Uno se le puede quedar mirando ininterrumpidamente. Hay cosas que son fascinantes, por ejemplo, a veces la mala fe o el cinismo son dignos de ser contemplados, o la idiotez: como cuando uno se le queda viendo a alguien que aparece en la televisión diciendo mentiras o tonterías. A veces es hasta placentero contemplar la idiotez. Así, contemplar el poder ha sido para mí fascinante, algo muy morboso e insano. Me parece algo que está muy relacionado con la muerte más que con la vida, porque siempre, a fin de cuentas, el poder es poder cuando es poder de matar. El gobernantes alguien que resolvió en lo más íntimo de su ser ese problema mayor de la ética que consiste en responderse la pregunta: ¿puedo matar o no puedo matar? ¿Me atrevería a matar o no me animaría a matar? El gobernante es alguien que desde antes de asumir el poder ya decidió que puede matar si es necesario y sin sentirnos de culpa. De todas estas cosas la literatura se puede ocupar, esa literatura que nunca le va a importar al poder.”
El párrafo anterior puede dar cuenta bien del obsedido Federico Campbell. Literariamente, la obsesión es válida, me gusta. En el mero terreno de los hechos, de la historia tal cual, del teatro de los acontecimientos, parecerá claro que Federico Campbell realiza una reducción, maniqueísta, y por tanto empobrecedora. Resulta fácil pensar que quien asume el poder total de una comunidad asume la capacidad de decidir acerca de las vidas de los miembros de esa comunidad. Esto puede ser cierto, pero no lo es. Federico Campbell, que es un narrador muy bueno, habrá de reconocer que él mismo —como escritor, como narrador— no puede olvidarse del juego del poder, es decir, de la parte de verdad que el poder entraña y que es compartida de mil formas diversas y contradictorias por la comunidad. El rechazo total del poder, puesto en estos términos, se parece mucho a una idealización de ese mismo poder. En medio pasa, puede pasar la vida, con todas sus contradicciones..
El escritor, es lo cierto, escribe quiéralo o no frente al poder. Lo hace inevitablemente: quiere dar cuenta de las verdades del mundo, mediante varias voces, y la sola voz de la escritura. Después de escribir sólo queda escribir…, si pervive el ánimo creador (el escritor Federico Campbell dice en este libro las razones o sinrazones que llevaron a Juan Rulfo al silencio). Pro el poder no es todo. Todo está en la escritura. La escritura es el tercer gran tema del libro de Federico Campbell.
Nacida por el entusiasmo, el ánimo crítico, la naturaleza creadora, la literatura va contra la verdad establecida, contra el poder establecido. Y no busca nada. Es decir: se busca a sí misma: quiere su precaria verdad, quiere un poder que se oponga a lo dominante. Campbell cierra perfectamente el triángulo: verdad-poder-escritura. Desconfía de las posibles fuerzas externas; cuando se refiere a la escritura no piensa reductivamente, con razón. Escribe con seca precisión.: “La depresión es la muerte en la vida: la bestia que todos llevamos dentro. Una amplia indiferencia por todo se apodera súbita o paulatinamente de nosotros. Oímos sin escuchar. Vemos sin mirar. El nivel de nuestra sensibilidad desciende por debajo de cero. No gozamos del concierto para oboe y cuerdas que solíamos disfrutar en otros momentos. Nuestra capacidad de diálogo se apaga hasta el enmudecimiento.”
Escribir es ir en el sentido contrario del poder. Lo dice y lo escribe bien Federico Campbell. Escribir es criticar la verdad que se impone sin crítica, es cierto. Escribir es entrar en comunión, y así es la escritura de este autor tan reflexivo como apasionado. Me interesa uno de los grandes temas de su libro: el del silencio, el de la tristeza que puede suceder al gran acto de amor, que es el de la escritura. Al plantear el asunto, Federico Campbell pone en la sólida trama de su reflexión varios ejemplos.
Alrededor de estos tres ejes cursa la ajustada y fina escritura de Federico Campbell. Ls textos que forman esta suerte de cuaderno de apuntes tienen una breve extensión: van de una línea a siete o nueve páginas. Se cuelan por ahí, como es natural, otras obsesiones del autor: como la de la historia de Fernando Jordán y su muñeca, el pasado tijuanense, el significado y los alcances de la fotografía…
Cierro la nota refiriéndome a un tema que a mí se me ha vuelto obsesión: el de los altos cobros de Teléfonos de México y el pésimo servicio que da tal empresa monopólica. Federico Campbell trata el asunto, con malicia literaria y con intención política bien cumplida.

 

Obituario

El día 30 del pasado, a las ocho de la noche, falleció en el pueblo de Huépac el Dr. D. Santiago Campbell, a los 64 años de edad. Fue natural del Estado de Virginia de los E. U. y desde joven adoptó por su patria a México. Fue uno de los más acreditados médicos que han visitado a Sonora. En el ejercicio de su profesión hizo mucho bien a la humanidad. Fue buen ciudadano, buen amigo, buen esposo y excelente padre de una numerosa familia.
La Estrella de Occidente

Ures, Sonora; 13 de enero de 1865

 

La fe en el hoy

por José María Espinasa

Un libro como La invención del poder de Federico Campbell es a la vez un ensayo netamente político —“panfleto”, lo llamó despectivamente (y creo que de manera equivocada) Noé Cárdenas—, en donde del análisis detenido de un fenómeno social se puede pasar al de textos clásicos (El príncipe de Maquiavelo o Leviatán de Hobbes) o a un pronunciamiento de simpatías políticas o a la glosa irónica del lugar común sobre nuestra clase gobernante. Creo que es una falacia decir que un libro así repite lo que todos sabemos (por ejemplo, la corrupción del PRI y el gobierno mexicano). Primero, porque no es lo mismo decirlo en los periódicos —y hay que reconocerle valentía Campbell— que en un chiste de café y, segundo, más importante, porque es al leer esos juicios escritos que se descubre que "eso" ya se sabía.
Campbell es un crítico del poder en abstracto, pero también lo es de sus manifestaciones concretas y cotidianas (por ejemplo, de la corrupción del periodismo en Pretexta). No puede separar ambos mundos, por eso la admiración y cercanía como escritor con Elías Canetti, pues su reflexión hace del hecho teórico un gesto cotidiano. No sólo la exigencia propia del género lo lleva a estar vinculado a los hechos, también lo motiva la necesidad íntima de la reflexión.
La organización de los textos en el libro y el planteamiento de su publicación original tienden a evitar el envejecimiento casi obligado del artículo. No se trata de leer un periodismo de ayer —ya para qué, dice la canción— sino de proponer una escritura que no tenga ayer. Tampoco se quiere encontrar el futuro o la eternidad —ese periodismo pretencioso es el que más rápido envejece— a través del estilo o la belleza de la prosa. No busca establecer su derecho a ser considerado arte literario, sino el crear una escritura del presente, como las prosas de Baudelaire o los apuntes de Canetti.
Es, en este sentido, sintomática la mención de algunos de sus autores tutelares: el ya referido autor de Auto de fe y Masa y poder, pero también Ciryll Conolly y La tumba sin sosiego, libros que se escriben de manera aleatoria y que sólo pueden leerse en sintonía, no coincidiendo o disintiendo de lo dicho, sino simpatizando con el decir.

Tijuanenses o la apuesta literaria

Hay, cuando se plantea el acercamiento a un escritor, un proceso similar al de afinar un instrumento, poner la clave correcta, la frecuencia de las vibraciones, la tensión de la cuerda. Se trata de un proceso mecánico que termina por ser una elección, es decir, todo lo contrario de algo mecánico. Con la obra de Campbell esto es complicado; no hay muchos elementos en los cuales apoyarse, escribe una literatura poco frecuente en México, y tiene además una actitud personal —todavía menos frecuente— donde el autor vive en función de la escritura y no del personaje de sí mismo.
Lo dicho puede sugerir un retrato erróneo, porque Campbell está muy lejos de ser un escritor de torre de marfil, al contrario, sabe que una de las condiciones propias de la literatura es no tener pureza y estar contaminada por la realidad, tanto que se acaba por transvestir en una forma más de ella, el aspecto real de la realidad.
Federico, antes que como escritor, se reivindica como periodista; no lo hace para después insistir en la dignidad de un oficio ya suficientemente sólido con nombres como los de Ignacio Manuel Altamirano y Federico Gamboa en el siglo pasado, o Martín Luis Guzmán y José Alvarado en éste. Lo hace para subrayar una voluntad de diálogo como objetivo primario de cualquier escrito. Hay en el periodismo la necesidad —mejor, la exigencia— de un lector. Y un lector que funciona como interlocutor da una respuesta. Por eso no es raro que Federico sea muy buen entrevistador. Lo escrito depende más del oído que de una articulación reflexiva. Mejor dicho: Campbell aproxima estos dos elementos hasta volverlos lo mismo: la atención a sí mismo y la atención al otro. Un buen ejemplo son las entrevistas de Infame Turba, en especial las de Jaime Gil de Biedma y Gabriel Ferrater.
La ambigüedad vuelve a dar otra vuelta de tuerca. La literatura que Campbell escribe es muy literaria. Quiero entender con esto que el mundo de la escritura (en este caso narrativa) se basta a sí mismo, no necesita justificaciones. Esto lo pensé cuando leí por primera vez Todo lo de las focas, publicada por Guillermo Sheridan en la Revista de la Universidad, y lo sigo pensando ahora, en la relectura de Tijuanenses. Esta autosuficiencia del hecho narrativo radica en la capacidad de crear un mundo paralelo al que dio origen a Dublineses; pero hoy sería difícil decir cuál es más real, si el Dublín de Dublín o el de Joyce. Algo así se adivina en Campbell. Pero el título Tijuanenses es un señuelo: Todo lo de las focas está mucho más cercano a Faulkner y sus monólogos que al autor de Ulises, Tijuana tiene algo de Yoknapatawpha y algo de Santa María en la mirada de Federico. A cada relectura —y es un texto de difícil lectura— se me presenta esta novela como un intento por jugar la tirada de dados mallarmeana.
Algunos años antes se había publicado en México un texto asombroso, La obediencia nocturna de Juan Vicente Melo, del cual Todo lo de las focas es en cierta manera hermano menor. Sólo que si los años que los separan no son muchos, sí son importantes; pertenecen por ello a épocas diferentes, tanto políticamente como literariamente. Ya había pasado el 68, y la Onda, después de Se está haciendo tarde, se repetiría a sí misma cada vez con menos suerte.
La diferencia fundamental entre los dos libros tiene y no tiene que ver con esto. En La obediencia nocturna casi no hay entorno, el paisaje no existe, mientras que en el libro de Campbell aparece un personaje hoy por hoy ya fundamental: la ciudad. El personaje Tijuana actúa en forma preponderante y no sólo por medio de objetivaciones anecdóticas, sino sobre todo como una atmósfera no descrita, recreada. La angustia que corroe al personaje de La obediencia, en Todo lo de las focas corroe a la ciudad y esto queda muy claro en Tijuanenses.
Si Campbell hubiera sido un escritor alemán lo habría llevado al cine Win Wenders: su mundo "fronterizo" (y lo quiero entender esto justamente en un sentido móvil, nómada; el que cruza fronteras sabe cuán inútiles y cuán presentes pueden ser). En esto comparte preocupaciones literarias con escritores de su misma generación en otros países. Un buen ejemplo sería Peter Handke. Hay una fascinación y una angustia por fijar una realidad cuya apariencia es efímera, huidiza. Campbell quiere situar a Tijuana y situarse a sí mismo en una figura reconocible, pero sin perder esa identidad vibratoria de ciudad vista desde las afueras, con mejillas de neón y garganta curada en alcohol. Trata de mostrarnos esa "vida tirada" de una ciudad de frontera.
La comparación con La obediencia nocturna tiene segunda intención: Todo lo de las focas pudo ser la única novela de este autor. Esa angustia se vuelve desasosiego en el hecho físico de escribir —la persona que se pone al escritorio ante una cuartilla que va a costar sangre, sudor y lágrimas—, algo muy lejano de una fiesta.
En cierta manera a Campbell lo salvó su vocación periodística. Pretexta será otra vez una tirada de dados, pero en este caso lo que se narra, aunque involucra fuertemente al autor, no es ya la vida, mi vida, sino un hecho que pertenece a muchas personas, que no se complace en su individualidad, que —en cierta manera— está escrito para todos. Recuérdese que uno de los escritores cercanos en temperamento a Campbell es Vicente Leñero, y que él ha titulado algunos de sus libros de manera genérica: Los albañiles, Los periodistas; incluso Asesinato, que es el retrato de la familia revolucionaria.
Fue la necesidad de entender los nexos entre escritura y poder (no hay que olvidar el golpe a Excelsior) lo que llevo a Campbell a escribir Pretexta. Las oscuridades de su primera novela dejan aquí surgir los grises de las entretelas y componendas del periodismo. Willy Colón repetido hasta al cansancio (los altos tirajes, la misma noticia en un lugar y en otro) se puede volver humo, pero también violencia y —sí— testimonio de esa violencia. Pretexta pudo ser un alegato kafkiano pero se convirtió en una educación sentimental, y podemos ver en ella —deslumbrados por el señuelo de Tijuanenses— un peculiar retrato del artista adolescente.
Al escritor la literatura lo devuelve a la realidad, no lo aparta de ella. Le permite ver no aquella apariencia que nos presenta como realidad, sino aquello que se esconde detrás. No hay una frase ingenua (no puede haber) en un periódico. Es cierto, hay mucho enunciación vacía pero toda ella significa. Por eso no es extraño que Campbell se entusiasme con la "prosa seca" que traduce una posición ante la novela y ante el mundo de Leonardo Sciascia, y que se haya vuelto uno de sus promotores en México hasta concentrarse en ese brillante libro que es La memoria de Sciascia, en donde evidentemente el autor se inmiscuye para ser él el espejo en que se recuerda/describe Sciascia.
En ensayos y reportajes, Federico ha ido dejando pistas para seguir el camino que va de la oscuridad de Todo lo de las focas a la cálida transparencia de los cuatro cuentos que redondean Tijuanenses. Son relatos donde aquello que se narra se da como transcurso, como fluir. Leídos después de la novela hacen cerrar los ojos, como si saliéramos en plena luz del día de un cabaret al que entramos de noche, y apenas alcanzamos a ver al fondo de la calle, al doblar la esquina, a un Stephan Dedalus adivinado bajo el sol del desierto de la avenida Revolución.

Rodeo por la memoria

Un libro poco atendido por los lectores y mal leído por la crítica fue Navojoa. A ello contribuyó que no era estrictamente una autobiografía, como pretende la colección —De cuerpo entero— en que fue incluido (hay que señalar que es el mejor de los textos publicados en ella hasta ahora), pero sí es un escrito autobiográfico, en el sentido de la "escritura del yo" señalado por Gusdorf; depende de ese "pacto" entre el escritor y el lector que señala Lejeune como propio de lo autobiográfico. Sin embargo, Campbell radicaliza ese pacto al escribir la "autobiografía" de sus padres a través de la voz de su hermana, presentando el texto casi a manera de reportaje o encuesta. Es otra vez el periodismo lo que interviene como motor del texto, otorga doble autenticidad, duplica el pacto mencionado y le da su sentido de verdad a lo escrito.
Navojoa se beneficia de ese desdoblamiento del yo en otra voz. Es natural que, desde cierto lugar, lo autobiográfico sea relato del devenir del otro y nadie representa mejor esa otredad que los padres. Campbell quiso escribir un texto como "Algo sobre la muerte del mayor Sabines" sin ningún recurso poético. Es la vida de ellos la que la/mi escritura vuelve (auto)biografía, homenaje, réquiem, despedida. Por eso, cuando en algunos de sus libros habla de su relación personal con algún escritor o artista —Rulfo, Arreola, Sciascia, Leñero— no lo hace un función de "mi vida con gente notable", sino con la sencillez (que no humildad) del gesto autobiográfico. Retrospectivamente, toda la obra de Campbell parece encaminada a escribir un diario como Post scriptum triste. En el lado contrario a Navojoa, el periodismo —fundamentalmente la entrevista— lo ha vacunado contra la obviedad del yo; quiere dar a la persona otro valor textual.
Navojoa es y no es una parte de Tijuanenses. Lo es si partimos de ese inevitable rescoldo de ficción que tiene la vida. Si su modelo joyceano Dublineses proponía ya un sentido de retrato de la vida, Campbell comprende que hay una intensidad y un sentido ceremonial en Navojoa que lo hace otro libro. El texto es deliberadamente desnudo, seco. Uno de los géneros literarios más difíciles es, sin duda, el autobiográfico (porque en principio no puede ser un género), rechaza la parte frívola y cortesana de lo literario, no se admite tampoco como un informe (uniforme) de lo vivido, sino —ya se dijo y lo entendió muy bien Simone de Beauvoir— ceremonial.
La deliberada desnudez de Navojoa también despoja al texto de cualquier asidero religioso y muestra otra intención del autor: la vida en directo. Si Campbell hubiera sido director de cine habría hecho documental, pero no por afán verista, sino por respeto a los hombres y a las cosas. Autores a los que admira —como Pavese, Sciascia, Pasolini— han tenido la misma actitud.

La novela y el ensayo

Es extremadamente complejo este punto: la novela y el ensayo nacen como una reverencia ante lo real, pero se alejan en direcciones distintas. En ciertos momentos se reencuentran —finales del silgo XVIII, mediados del XX—, casi siempre en relación con las ideas y del lado narrativo. No se trata tanto de que Campbell invierta los términos y haga una ensayística narrativa (que en México han practicado recientemente con éxito José María Pérez Gay y Guillermo Sheridan), sino de reflexionar sin artificios, con la sequedad de un Mariano José de Larra (patrón del periodismo en castellano), con la capacidad de síntesis de un José Martí o la precisión de un Martín Luis Guzmán.
Federico Campbell encuentra en el periodismo tanto un medio de vida como una temática. Si se le pidiera que escribiera epitafios sería —creo— muy lacónico: Juan Pérez medía uno setenta y cinco; tenía el pelo negro. Y sin embargo, ese laconismo admite y provoca la reflexión. Navojoa es como el primer capítulo de una saga imposible de escribir, un capítulo de La comedia humana o de la historia de los Rougon—Macart; pocas páginas que sin embargo bastan para darle identidad literaria, tributo de un escritor de finales del siglo XX a su admirado siglo XIX.
Para Campbell es evidente que la narrativa y la realidad están muy unidas, funcionan de la misma manera, ligadas por vasos comunicantes tan fuertes que hace que a veces se los confunda. Deseoso de nunca perder pie en el piso de lo vivido, hace funcionar al periodismo como su ancla, le interesa como forma de escritura y todavía más como forma de pensar.

El lector

Para nadie es un secreto que el intelectual contemporáneo encuentra en el periodismo un vehículo expresivo, una manera de llegar al lector peculiar, distinta al aula, la tribuna o el libro. Pero esa práctica —común desde el siglo XIX, es difícil desde entonces encontrar un gran escritor que no lo haya frecuentado— ha ido poco a poco modulando los estilos del pensamiento. Es frecuente que pensadores o filósofos le reclamen haber incorporado una superficialidad dañina a los modos de reflexión, y algunas de las propuestas de un "pensamiento débil" vienen de allí. Pero si se revisa el ensayo contemporáneo se verá que su influencia más bien ha sido benéfica y que el periodismo también ha auspiciado reflexiones profundas, no desgastadas por el correr de los días.
Por ejemplo, al redactar lo que en un principio quería ser un manual didáctico para estudiantes de periodismo o de comunicaciones, Periodismo escrito (Ariel, 1994), a Campbell se le fue volviendo una meditación sobre ese mismo quehacer, y llevó al extremo el ejercicio de apropiación de voces al transformar la cita en extenso ejemplo y así devenir en una antología de los géneros periodísticos. Los libros de Campbell son en general autocuestionantes, hacen de sí mismos motivo de reflexión; pero en los títulos recientes ese elemento se encuentra acentuado: piensan "en periodismo", piensan "periódicamente" (no sé cuál sería la expresión exacta), por eso pasan de una función didáctica al cuestionamiento de los principios de ese oficio y de allí a la puesta en duda de los vicios del poder, el diario de lecturas, la suma de obsesiones, neurosis y preocupaciones. Toda su obra hay que leerla ahora a la luz de Post scriptum triste.
En La invención del poder ejerce su escritura al menos en tres sentidos: la reflexión sobre el poder en abstracto, el cuestionamiento del poder concreto como discurso y la denuncia de la violencia que ese poder ejerce cotidianamente sobre el ciudadano. Es un libro de crítica política hecha por un escritor, como indica la colección en la que fue publicado (incluye libros de Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa), pero también es un ensayo literario, no tanto porque incluya crítica literaria (las páginas sobre Martín Luis Guzmán son muy buenas) sino porque está pensado literariamente. Ya se dijo que los libros funcionan como una trilogía, es decir, como ciclo narrativo a la manera de Durrell en el Cuarteto de Alejandría o de Moreno Durán en Femina suite. Están interconectados entre sí y, algunos temas —por ejemplo, Martín Luis Guzmán y La sombra del caudillo—, regresan constantemente, permiten establecer el sentido coloquial de "apunte" que tiene esta manera de pensar: no el esbozo pictórico de cara a una obra mayor futura, sino el que ya es en sí mismo obra mayor, con la condición de ligereza y velocidad que no le impide (al contrario, la exige) la densidad.
Uno de los elementos importantes en Campbell es su voluntad de sumarse a una reflexión colectiva, expropiando modos de pensar y volviendo de la cita un sistema reflexivo. Esa voluntad "citacional" no se resuelve en un collage de recortes o en una sábana hecha de retazos cosidos a pluma. Las citas se ordenan en el fluir de la reflexión, con una libertad que recuerda a la literatura de Cortázar en algunos de sus libros, y que se orienta no al establecimiento de certezas a partir de un argumento de autoridad (por lo tanto autoritario), sino a la elaboración de (muchas) hipótesis ajenas a las construcciones silogísticas o las dialécticas tan frecuentes en la sociología mexicana. Porque no se trata de análisis sociológicos, ni siquiera de sociología literaria. Su mayor ambición es el diálogo con el lector.
Una manera de ver cómo funciona este particular modo de reflexión es aplicar las recomendaciones didácticas hechas en Periodismo escrito a los otros dos libros. Las exigencias de espacio de la prensa son aprovechadas por Campbell para plantear el asunto de manera clara, en ocasiones circular, dentro de un exiguo número de cuartillas, creando un ritmo de "estampas" literarias entrelazadas por un mínimo hilo conductor.
El periódico se vuelve el lugar —a la manera de un cuaderno— en donde el autor e encuentra con el lector. El flujo del ensayo forma un contexto conversacional, entiende el pensar como perpetuo estado dubitativo, en el que siempre parece flotar la pregunta ¿y tú qué crees? Por eso no le tiene miedo ni a las repeticiones ni a las contradicciones: si lo que pensaba ayer ya no lo pienso hoy, se debe a que el tiempo, más que corregir las ideas, admite la existencia de ambas, así sean, opuestas, y la "corrección" que se hacen una a otra no las invalida. En contra de los lenguajes absolutos y las certezas lapidarias, Campbell propone no la vaguedad conceptual, sino la zozobra de lo enunciado al anunciarse. La niebla sólo es aparente, son más los claros del bosque (la alusión a María Zambrano es intencionada).
Al autor le costó un cuarto de siglo encontrarse ese tono (Todo lo de las focas está fechada en 1969). Leer su obra desde la perspectiva fragmentaria que instauran sus libros más recientes permite descubrir en textos anteriores ese carácter oculto bajo las estructuras narrativas. Escritor de después de la escritura —postscriptum— Campbell se asume como un heredero de un género en continua mutación: el ensayo.

Lejos de las definiciones

Después de todo lo anterior, resulta evidente que si el ensayo por definición no es un género conclusivo, el aquí descrito lo es aún menos. Resumir lo que Campbell "dice" en sus libros es a la vez inútil y muy difícil; esfuerzo gratuito que tergiversa lo que el propio ensayo afirma. Parece que no va a ningún lado y de pronto se decanta en una página de insólita redondez.
La denuncia de La invención del poder es muy dura —ya se dijo que se trata de un libro muy valiente— pero tiene, además, la ventaja de hacer que el autor encuentre al ciudadano de a pie, evita el regodeo en la transformación de la realidad en referente cifrado entendido por unos cuantos, modelo que Carlos Monsiváis ha instaurado como moda (no como modo) entre nuestros ensayistas. Es difícil entender cómo un autor tan codificado como el de Días de guardar ha alcanzado tal popularidad entre los lectores. Tal vez se deba a la posibilidad de leer esos textos como enseñanzas de un gurú, actitud de la que él no es responsable aunque la haya prohijado. Campbell busca todo lo contrario, una literatura sin "enseñanzas" (de don Juan, don Carlos o don Federico, de nadie).
Frente a la tangente de una reflexión "opinativa", Campbell presenta una escritura neurótica, ser y aparecer como idea, nunca como opinión. Si los dos —Monsiváis y Campbell— se presentan como escritores que emergen del periodismo y practican en ensayo diferente al tradicional, entre ellos sólo coinciden en el inicio —el periodismo— y en el final, en donde los dos se niegan a los juicios definitivos. Ambos autores han proseguido, sin decirlo estrictamente, con la búsqueda de una identidad del mexicano. Pocos tan bien situados para hacerlo como Monsiváis, pero —justamente por eso— ha mostrado que dicha reflexión, heredada de Samuel Ramos y Octavio Paz, se vuelve inútil en nuestra posmodernidad.
A Campbell el tema ya no le interesa. ¿Lo mexicano? Qué más da; le interesan los mexicanos, sí, pero como le interesarían los vietnamitas si lo manda para allá algún periódico: seres en su entorno, en su hábitat, individuos en situación (a la manera de Ortega). Para él ser distintos no es ser mejores, es ser simplemente personas.

Una tradición

Campbell se volvió de pronto un autor prolífico, como una madre que después de tener un hijo único por muchos años, de pronto tiene trillizos. Pero el embarazo de este autor viene de lejos, la destilación de los textos le llevó tiempo. Eso se nota en la sencillez de su método expositivo, incluso cuando toca puntos complejos, y en la acumulación de referencias, ese elemento "citacional" mencionado antes.
La pregunta se revierte: ¿desde qué lugar habla el escritor? Su autoría —en cierto sentido su autoridad— no deriva de su condición de actor sino de espectador. Interviene y mucho desde las butacas —como en la famosa puesta en escena de Julio Castillo: De película—, su función es la de un lector —de libros, de acontecimientos, de manías culturales—, se apropia del mundo al describirlo, y así lo hace habitable. No persiguen otra cosa las indagaciones sobre la psicología del mexicano, porque sin duda corresponde al proceso de legitimación del poder por el arquetipo, bien descrito por Roger Bartra en La jaula de la melancolía, un doble proceso, de domesticación del mundo (en el peor sentido) y de creación de redes afectivas (en el mejor).
La presencia rectora del fragmento no apela a la síntesis del refrán y su trabajo referencial sobre sus fuentes —la cita— no aspira tampoco al enunciado de ocasión. Establece de manera muy fuerte la discontinuidad como terreno y lo cotidiano como materia, y así se abre a la experiencia, la propia escritura adquiere ese rango. Si, como señala Eliade, hay un horizonte en el que lo escrito se vuelve cotidianidad en estado puro para desde allí volver el rostro a la experiencia sagrada, ese peculiar "grado cero" de la escritura encuentra aquí una de sus mejores expresiones.

* * *

La fe en el hoy, de José María Espinasa, sexto número de los Cuadernos de Montaigne de la editorial ensayo, se terminó de imprimir el 5 de mayo de 1995, bajo la producción de Verdehalago.

 

De Adolfo Castañón

En Pretexta el seguimiento de las verdades privadas va dejando al descubierto que éstas no son más que aguda interiorización de las piedades públicas. Muestra Pretexta cómo las letras impostadas del mercenario se hunden en el pliegue recóndito de la palabra que se creyó lisa y verdadera. Novela policiaca y también política, Pretexta refiere la vida y los sueños de aquellos grafómanos anónimos que con la redituable calumnia de sus escritos fantasma nos hacen aprender en carne propia la verdad sin matices de una violencia a veces clandestina pero, siempre, legítima. Pretexta es también una aguda investigación narrativa sobre las técnicas y recursos de que puede echar ano hoy día la detección estilística de esos inspirados adeptos de la anomia que tanto gustan de la tinta amarilla. Noticia contradictoria, la de Pretexta interroga nuestro cuerpo moral para mejor mostrar hasta qué punto ciertas convenciones tácitas de la conducta han dejado de ser norma par a convertirse en hábito, es decir, facha y recubrimiento.
Fábula magisterial, vivo cuadro de las manos anónimas que van cortando cabezas al correr de la pluma, es Pretexta un picudo diagnóstico de los bajos fondos ilustrados. A la actualidad intacta de su tema, añade Pretexta la tensa juiciosa tela de una voluntad de verdad que reconoce en la expresión novelada su más firme, fiel instrumento.

Adolfo Castañón

 

La memoria colectiva


Alemania.
La memoria colectiva, la escritura y el poder en Pretexta, de Federico Campbell


En la narrativa histórica de las últimas dos décadas, la memoria colectiva desempeña un papel predominante en la reflexión literaria acerca de la función y la forma del discurso histórico. El concepto de la memoria colectiva no sólo influye en el nivel metafórico, alegórico y metaficcional de las obras, sino que resulta ser también un factor decisivo en su estructura narrativa.
Entre la producción narrativa, a la cual aplican dichas observaciones, Pretexta (1979), de Federico Campbell, destaca por la manera satírica en que vincula la escritura, la memoria colectiva y las manipulaciones de la historia de parte del poder.
Campbell utiliza con el archivo una metáfora arquitectónica de la memoria colectiva, por medio de la cual logra descubrir el orden jerárquico que reglamenta el discurso histórico de un régimen autocrático. La figura de escritor se ve expuesta a una presión política y social en la que, para poder escribir, tiene que tergiversar la historia y aniquilar su propia identidad. Guiado por su grafomanía y su frenesí de interpretación, utiliza el archivo de la memoria colectiva para escribir un mamotreto con el que comete, al mismo tiempo, traición a la verdad y parricidio intelectual. Su fracaso, que paga con un delirio de persecución literaria, es más que un solo esperpento de la situación política y el ambiente represivo en el México de los años setenta. La novela de Federico Campbell problematiza de manera hiperbólica la función ética del escritor en la restitución y reconstrucción de la memoria colectiva.

Sebastian Thies
Universitat Osnabruck


Revista de Literatura Mexicana Contemporánea
El Paso, Texas

 

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